Las
Piedras Bola de Ahualulco
Si bien es una bonita excursión caminar entre cerros y
montañas para conocer la interesantísima formación geológica de estas casi
perfectas esferas pétreas —unas visibles y otras semienterradas— en las
serranías entre Ahualulco y Ameca, es una tontera tratar de convertir este
sitio en un parque de diversiones con puentes colgantes, ágoras y tirolesas.
De hecho, en frecuentes visitas que hemos hecho al sitio,
además de construcciones cayéndose por el abandono, tan sólo nos hemos
encontrado con una bióloga que infructuosamente buscaba hongos bajo el robledal
y un par de viejos arrieros que volteando al cielo imploraban a las nubes que
les concedieran unas gotas de agua para su ganado.
La brecha que abrieron —posiblemente justificable para
combatir incendios— entre los deslaves, pedruscones y el abandono, parece ser
un retador slalom para pilotos calificados. La tirolesa oxidada reta al más
valiente a correr una sorpresa en el trayecto. El puente colgante rechina sus
dolores al pisarlo. Las cuarteaduras de la caseta del vigilante desafían al
mejor bombero a visitarla. Los baños rebosantes de… salud, lloran por sus puertas
robadas. Los puentes de troncones son paraíso de hongos y polillas. Un
ostentoso ágora de dura piedra parece cantar loas a la sabia frase de los
políticos “Si no hay obra… no sobra”. En fin, otro elefante blanco más que van
dejando las autoridades a quienes les toca el turno. Bien “aigan” los que se
ocupan de gastar el dinero ajeno.
En fin, en esta ocasión nuestros encantadores y admirados
compañeros —que con desbordante alegría rebasan los 80 años— nos pusieron la
muestra caminando sin parar hasta Torrecillas, el extraño lugar en donde la
erosión ha dejado a las esferas encaramadas sobre torres de dura arenisca. El
camino, tanto de ida como de “volvida”, nos permitió disfrutar de la alegría y
del entusiasmo de esta maravillosa y ejemplar pareja. En una ocasión, ella
—muerta de la risa— nos confesó que en los primeros conciertos a los que
asistía en sus mocedades, creía que el barítono de la orquesta era… ¡el que
traía la varita! No pasaban tres momentos cuando encontramos a nuestro amigo,
el viejazo y curtido arriero, quien ávido de plática nos contaba que cuando
vinieron en un helicóptero unos investigadores a ver las Piedras Bola, se negó
rotundamente a subir en él, argumentando… ¡que no traía pañal! pal’ susto. Con
la sonrisa de oreja a oreja seguimos caminando, disfrutando tanto de las bolas
como de las ocurrencias. Dicha grande es vivir el momento y disfrutar de los
pequeños, sutiles y frágiles sucesos de la vida.
Según concienzudas investigaciones de National
Geographic, Smithsonian Institution y U.S. Geológical Survey, gráficamente aquí
ilustradas, estas enormes esferas de piedra volcánica se formaron durante los
cataclismos que sucedieron en nuestro naciente planeta en el curso de la Era
Cenozoica del Periodo Terciario, hace muchísimos millones de años.
Grandes cantidades de ceniza volcánica incandescente
fueron arrojadas al aire para luego, al depositarse sobre la toba que cubría el
área, ésta les sirviera de matriz a las chispas vidriosas que, exhalando
enérgicamente desde su núcleo gases a miles de grados de temperatura en todas
direcciones, se fueran anexando las partículas con las que hacían contacto,
mismas que al enfriarse con relativa rapidez alcanzaran gradualmente la forma
esférica que ahora nos sorprende.
La erosión que durante siglos y eones ha sufrido nuestra
Tierra ha hecho que algunas de ellas estén quedando al descubierto, mientras
que otras aún se pueden ver descansando sobre la matriz en donde lograron su
impresionante redondez.
Otra maravilla geológica de nuestro México tan singular.
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