30 octubre 2014

Recuerdos de la minería en Etzatlán 30/OCT/14


Bony Romero Velador
22 de octubre  · 
Ya se comenzó a trabajar la reemodelación de la Estación del Ferrocarril para en ella misma llevar a cabo el Museo de Minería, si saben de alguien que quiera donar piezas mineras son recibidas con gusto!



Hacienda Grande de Santa Clara
Al Sur de Etzatlán, allá por donde canturrea el arroyo Santa Clara, se encuentra la atractiva Hacienda Grande de Santa Clara. En el precioso Cerro la Calabaza, que se eleva a más de dos mil metros, nace el arroyo referido, en su ladera Norte, arroyo que brinda vida y animación a la garganta que lo comprende, en su parte baja se levantó la Hacienda, para beneficiar los minerales del Amparo. El documento “Intendencia de Guadalajara 1789-1793”, dice respecto a los habitantes de Etzatlán: “ocupados en el beneficio de metales que sacan en las inmediaciones de este lugar”. En 1893, Bernardo M. Martínez puso en tinta: “En todo el Cantón (Ahualulco) se encuentran dos agencias de minerías: la de Etzatlán y la de Hostotipaquillo. Hay minas de oro, plata, fierro y plomo. Como se comprende, este ramo proporciona la manera de vivir a muchos habitantes, y aún hay pueblos que es el único medio que tiene para subsistir, como el de Etzatlán y el de Hostotipaquillo”. Y María de la Luz Correa Gómez citó: “En 1902 negocio la Mining Company —compañía norteamericana con residencia en Filadelfia—, junto con la Sociedad La Armonía, los derechos de explotación por la cantidad de 300 millones de pesos. La introducción del ferrocarril marcó el inicio de una etapa”.   

De la olvidada estación, nos dirigimos a la Hacienda Grande, apreciamos añejas moradas, una amarilla, abandonada y carente de techumbre, con dos ventanas verticales y de cuatro hojas, que dotaban una fabulosa variedad de luz y aire. La casa vecina, verde, con puerta de dos hojas, a los costados, una ventana, vertical y con forja. Más adelante vimos una ventana de dos hojas con un postigo cada una, en su parte inferior. Y por último nos cautivó una ventana vertical, cubierta por dos hojas de madera color azul pastel, que contrastaba con su marco y muro blanco. Enseguida de las fincas, atravesamos el bonito arroyo Santa Clara y a corta distancia nos encontramos con una de las puertas de la Hacienda, arqueada en medio punto, rematada con un vano circular y cubierta por un tejado a dos aguas. A unos pasos un bizarro chacuaco nos delató la preciosa estancia, de base octagonal, conformada por ladrillo y embellecida por una buganvilla roja, arriba de su sobria cornisa se levantó la chimenea, de planta circular y de gran altura, de unos doce metros, rematada por un saliente cornisamento. A un costado, miramos varios cuartos, cinco puertas y una ventana abren a su interior, cubiertos por tejas, con pendiente a un agua. Del lado derecho el portón, de dos hojas y atrás, se dejaba ver un cordón de frondas, que revelaba al arroyo, un puente en arco de medio punto lo atraviesa. Al oriente del chacuaco, unos tanques y luego, una alta y solida construcción de gruesos muros, donde bufaba una caldera. El espacio, de planta rectangular y de tres niveles, en su fachada Suroeste, apreciamos una puerta en el primer nivel, otra más grande y arqueada en el segundo, unos orificios de vigas de madera, indican que sostuvieron un tejaban saliente. El tercer nivel, con ladrillos aparentes y a canto, haciendo sus muros anchos, un muro lateral da indicios de una cubierta en bóveda de cañón. Cargas de menas llegaban a la Hacienda, caían a la almádena, se lavaban y tamizaban, para luego extraer los minerales deseados.      

Arroyo arriba, vimos un corral para ganado vacuno, de piedra y un tanto curveado, con una pila para el agua y una bodega de adobe aledaña. Cuesta arriba, potreros, con comederos y buenas sombras de diversos árboles, destacando gruesas higueras. Vimos unos muros con canales, a las veras del arroyo, que sirvieron a una compuerta, provocadora de una buena represa para el estiaje. Nos sentamos un rato al pie de una higuera, a contemplar el hermoso arroyo que alegraba la cañada, salpicada por variados tonos verdes, fraccionados por el torrente ocre de aguas serranas.

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