Esos ojos abiertos que jamás se olvidan, la piel que aún se ve tierna,
aquel rostro todavía fulgurante que parece dormir un plácido sueño… Nada más
apropiado para eternizar a un ser querido que los retratos post mortem de
niños, esos “angelitos” que se han ido tan pronto de este mundo que apenas
queda el recuerdo… y su fotografía.
En 1855 El Monitor Republicano (1844-1896), periódico
mexicano de política, artes, industria, comercio, moda, literatura, teatro y
variedades, publicaba: "Fotógrafos mexicanos agregados a la Sociedad Fotográfica
de París ofrecen retartos sobre papel [...] Los retratos de muertos, enfermos o
de las personas que no se quieran molestar, iremos a su domicilio mediante un
aumento en el precio, el cual será amigablemente fijado".
Este tipo de anuncios era común en México a mediados del siglo XIX . Y
es que de París había llegado la costumbre de fotografiar muertos, por lo
que tales imágenes no eran consideradas morbosas en aquella época en la que
dominaba la ideología del romanticismo.
Por ello, tampoco es de sorprender que se fotografiar a niños
muertos, pues era una forma de conservar el recuerdo de un ser estimado puro y
lleno de belleza, tanto que muchas veces se consideraba un privilegio el haber
sido elegido para tener un "angelito" en el cielo, razón por la que
era muy común retratarlos. A ello se sumaba que en siglo XIX la mortandad
infantil tenía una alta incidencia entre los primeros meses de vida y hasta los
cinco años de edad, pues a finales de esa centuria alcanzaba un promedio de 30
por ciento y las enfermedades más comunes eran viruela, diarrea, fiebre y
pulmonía.
Retratar
“angelitos”
Con la irrupción de la fotografía en México, en el mismo año de 1839, la
práctica de retratar difuntos también llegó a ser muy socorrida y se popularizó
mediante la llamada “muerte niña”, todo un fenómeno cultural, un ritual en el
que los niños recién fallecidos eran considerados angelitos y, por lo tanto,
eran festejados, no llorados. La “muerte niña” no era motivo de pesar, sino de
celebrar un nacimiento festivo hacia otra vida.
En dicho tipo de instantáneas se representa a los niños de tres formas:
como angelitos, como si aún estuvieran vivos o aparentando que llegan al cielo.
Esta costumbre se arraigó principalmente entre los sectores medios y bajos de
pequeños pueblos y tenía como fin conservar un recuerdo de los pequeños y
celebrar su partida al cielo como “angelitos”, libres de culpas y pecados.
De esta forma, los fotógrafos que hacían ese tipo de tomas adquirieron
una importante participación en la vida familiar de quienes habían perdido un
niño. En el siglo XX en México, destacaron en los retratos post mortem:
Juan de Dios Machain, en Ameca, Jalisco, quien tomaba a los “angelitos” en
su casa o en su estudio usando distintos fondos, y reunió un acervo de más de
cien retratos de esta naturaleza; José Antonio Bustamante Martínez, en
Zacatecas y la ciudad de México; Rutilo Patiño y Romualdo García (uno de sus
máximos exponentes), en Guanajuato; además de A. Martínez y los hermanos
Casasola, en el Distrito Federal.
A pesar de su estilizado arte, estos retratos son duras imágenes
cargadas de tristeza que muestran el pesar de los familiares, el cual contrasta
con la representación del pequeño sin vida. Los cadáveres infantiles yacen en
el regazo de su padre, madre o padrino, aunque también podían ser fotografiados
con sus hermanos y abuelos. Por lo general posan acostados sobre un altar que
solía ir cubierto con una sábana blanca y se les rodeaba de flores como rosas o
nubes. Captar de esta forma a los infantes muertos respondía a una elemental
función social: preservar el recuerdo de un ser querido, en una mezcla de
dolor, placer y nostalgia. Sin duda este tipo de imágenes ayudaban a mitigar la
pena y en muchas ocasiones se convirtieron en motivo de culto.
Ritual que sigue
vivo
Del siglo XX, existen imágenes de este tipo que datan de las décadas de
los cincuenta, sesenta y setenta; por ejemplo, en la comunidad de Colotlán,
Jalisco. y hoy, en pleno siglo XXI, según informes del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, aún se sigue practicando esta costumbre en algunas comunidades
rurales, como en los municipios de Cosío, en Aguascalientes, y Pinos, en
Zacatecas. Además, de que se ha registrado la toma de este tipo de retratos en
las salas de maternidad de hospitales cuando algún pequeño fallece, ya que,
según psicólogos, ello ayuda a procesar el duelo, e incluso se toman
fotografías gratuitas en las que los padres posan con sus bebés ya
muertos.
El historiador y crítico Gutierre Aceve descubrió una colección de
fotografías realizadas a finales del siglo XIX y principios del XX por el
fotógrafo del pueblo de Ameca, en Jalisco, Juan de Dios Machain.
Por lo menos se conocen cien fotografías de ese tipo realizadas por don
Juan, el retratista de la Muerte Niña en México, un artista de quien no se sabe
mayores datos, que en ocasiones se movía hasta las casas de los niños difuntos
para capturarlos en su entorno y con su gente.
En sus obras, los paliativos del ritual y del recuerdo ayudan a
sobreponerse a la perdida. La muerte de un niño pone en estrecha cercanía los
extremos de principio y fin, nacimiento y muerte.
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