01 noviembre 2019

Tradición de fotografiar a niños muertos. De Ameca hay varias 01/nov/19



Esos ojos abiertos que jamás se olvidan, la piel que aún se ve tierna, aquel rostro todavía fulgurante que parece dormir un plácido sueño… Nada más apropiado para eternizar a un ser querido que los retratos post mortem de niños, esos “angelitos” que se han ido tan pronto de este mundo que apenas queda el recuerdo… y su fotografía.
En 1855 El Monitor Republicano (1844-1896), periódico mexicano de política, artes, industria, comercio, moda, literatura, teatro y variedades, publicaba: "Fotógrafos mexicanos agregados a la Sociedad Fotográfica de París ofrecen retartos sobre papel [...] Los retratos de muertos, enfermos o de las personas que no se quieran molestar, iremos a su domicilio mediante un aumento en el precio, el cual será amigablemente fijado". 
Este tipo de anuncios era común en México a mediados del siglo XIX . Y es que de París había llegado la costumbre de fotografiar muertos, por lo que tales imágenes no eran consideradas morbosas en aquella época en la que dominaba la ideología del romanticismo. 
Por ello, tampoco es de sorprender que se fotografiar a niños muertos, pues era una forma de conservar el recuerdo de un ser estimado puro y lleno de belleza, tanto que muchas veces se consideraba un privilegio el haber sido elegido para tener un "angelito" en el cielo, razón por la que era muy común retratarlos.  A ello se sumaba que en siglo XIX la mortandad infantil tenía una alta incidencia entre los primeros meses de vida y hasta los cinco años de edad, pues a finales de esa centuria alcanzaba un promedio de 30 por ciento y las enfermedades más comunes eran viruela, diarrea, fiebre y pulmonía. 





Retratar “angelitos” 
Con la irrupción de la fotografía en México, en el mismo año de 1839, la práctica de retratar difuntos también llegó a ser muy socorrida y se popularizó mediante la llamada “muerte niña”, todo un fenómeno cultural, un ritual en el que los niños recién fallecidos eran considerados angelitos y, por lo tanto, eran festejados, no llorados. La “muerte niña” no era motivo de pesar, sino de celebrar un nacimiento festivo hacia otra vida.
En dicho tipo de instantáneas se representa a los niños de tres formas: como angelitos, como si aún estuvieran vivos o aparentando que llegan al cielo. Esta costumbre se arraigó principalmente entre los sectores medios y bajos de pequeños pueblos y tenía como fin conservar un recuerdo de los pequeños y celebrar su partida al cielo como “angelitos”, libres de culpas y pecados.
De esta forma, los fotógrafos que hacían ese tipo de tomas adquirieron una importante participación en la vida familiar de quienes habían perdido un niño. En el siglo XX en México, destacaron en los retratos post mortem: Juan de Dios Machain, en Ameca, Jalisco, quien tomaba a los “angelitos” en su casa o en su estudio usando distintos fondos, y reunió un acervo de más de cien retratos de esta naturaleza; José Antonio Bustamante Martínez,  en Zacatecas y la ciudad de México; Rutilo Patiño y Romualdo García (uno de sus máximos exponentes), en Guanajuato; además de A. Martínez y los hermanos Casasola, en el Distrito Federal.
A pesar de su estilizado arte, estos retratos son duras imágenes cargadas de tristeza que muestran el pesar de los familiares, el cual contrasta con la representación del pequeño sin vida. Los cadáveres infantiles yacen en el regazo de su padre, madre o padrino, aunque también podían ser fotografiados con sus hermanos y abuelos. Por lo general posan acostados sobre un altar que solía ir cubierto con una sábana blanca y se les rodeaba de flores como rosas o nubes. Captar de esta forma a los infantes muertos respondía a una elemental función social: preservar el recuerdo de un ser querido, en una mezcla de dolor, placer y nostalgia. Sin duda este tipo de imágenes ayudaban a mitigar la pena y en muchas ocasiones se convirtieron en motivo de culto. 








Ritual que sigue vivo
Del siglo XX, existen imágenes de este tipo que datan de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta; por ejemplo, en la comunidad de Colotlán, Jalisco. y hoy, en pleno siglo XXI, según informes del Instituto Nacional de Antropología e Historia, aún se sigue practicando esta costumbre en algunas comunidades rurales, como en los municipios de Cosío, en Aguascalientes, y Pinos, en Zacatecas. Además, de que se ha registrado la toma de este tipo de retratos en las salas de maternidad de hospitales cuando algún pequeño fallece, ya que, según psicólogos, ello ayuda a procesar el duelo, e incluso se toman fotografías gratuitas en las que los padres posan con sus bebés ya muertos. 
El historiador y crítico Gutierre Aceve descubrió una colección de fotografías realizadas a finales del siglo XIX y principios del XX por el fotógrafo del pueblo de Ameca, en Jalisco, Juan de Dios Machain.
Por lo menos se conocen cien fotografías de ese tipo realizadas por don Juan, el retratista de la Muerte Niña en México, un artista de quien no se sabe mayores datos, que en ocasiones se movía hasta las casas de los niños difuntos para capturarlos en su entorno y con su gente.
En sus obras, los paliativos del ritual y del recuerdo ayudan a sobreponerse a la perdida. La muerte de un niño pone en estrecha cercanía los extremos de principio y fin, nacimiento y muerte.






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