Don Ramón y su hijo
Zeferino. -Los zapateros a la antigüita de Etzatlán-
Siempre
es mejor ser un buen zapatero
que adar trabajando en el potrero…
que adar trabajando en el potrero…
Don Ramón Valderrama Meza
Pasé por la calle de
Escobedo, y en la banqueta vi tirados unos cuantos pares de zapatos y dentro de
ellos unas hormas. Mire a un lado y me encontré con la imagen del clásico
“zapatero de antaño” de esos que cada día se ven menos por estos lugares, entré
y al ingresar sentí como que si me hubiese metido al túnel del tiempo. Pasé y
un anciano de cara sonriente me pregunta: ¿Qué se le ofrece? Y le conteste:
¡no, nada! El anciano alzó los hombros y siguió trabajando, para ser exacto,
estaba trazando unas líneas sobre una piel bien curtida, de lo que si no me
había percatado, era de que a mi derecha sentado en una pequeña silla se
encontraba otro señor mucho más joven que el primero, quién daba de martillazos
a unas suelas de vaqueta, estaba remendando unos viejos zapatos, que por su
aspecto pertenecían a alguna octogenaria, lo digo por el modelo, porque de esos
mismos usaba mi abuelita. Efectivamente los zapatos que estaban reconstruyendo
eran los preferidos de una agradecida damita y ya era la quinta vez que los
llevaba a reparar, pues lo de arriba seguía en muy buenas condiciones, o por lo
menos eso es lo que aseguraba la propietaria, y ya entrando en razón creo que
los procuraba porque ya los tenía bien amoldados con los tremendos juanetes, y
los dedos torcidos por la artritis, por lo que caminaba con ellos como si
anduviera en las nubes, jurando que solo la suela y el tacón se le gastaban, lo
demás bien que servía. Esa es la muestra invisible de la gloriosa labor de un
buen zapatero… ¡dejar al cliente satisfecho!
Don Ramón Valderrama Meza y su hijo Zeferino, a los que por cierto les dicen: “Los Pelos”, ellos son los dueños del taller de reparación y hechura de todo tipo de calzado, me comentan que lo mismo les da reparar calzado que fabricarlo, ya sea de vestir, casual o botín charro, es más hasta… ¡el calzado ortopédico! Sí, tal y como lo oyen, el ortopédico, “aquí hacemos todo tipo y medida, el chiste es que el cliente se vaya satisfecho” -Nos dice don Zeferino- “Aunque la modernidad no nos ha afectado tanto, el trabajo cada día se nos hace más difícil, pues las suelas, las hacen casi de puro hule sellado con el mismo cuero, y para arreglarlo hay que rifárselas, casi, casi son zapatos desechables”.
La tecnología, materiales sintéticos, el concepto de “úsese y tírese” ni las erráticas modas, han podido desbancarlos, prueba de ello es la de don Ramón Valderrama, que por 70 años ha dominado este negocio en Etzatlán, pues huyendo del trabajo del campo y gracias a un amigo que le recomendó que fuera con un zapatero a que le enseñara el oficio. Así fue como de esta forma que durante cinco largos años -empezando como todos… ¡de mandadero!- aprendió este noble oficio, mismo que le ha dado para comer durante tanto tiempo, muy bien que se acuerda de algunos zapateros de aquellos tiempos, como: “Daniela la Vieja”, de seguro que se ha de haber llamado Daniel, su apelativo ahorita no lo recuerdo, también estaba Jesús Carrillo, “El Cuero de Puerco” y Jesús Valderrama, “El Mayate”, Abelardo Vázquez Aspe, Clemente Ruíz, Silverio Camarena, Vicente “El Cora”, “El Zoreco y el inolvidable “Quince”.
En ese tiempo, todo el calzado se hacía a mano, a puro golpe. Había una tienda grandísima, creo que era la de don Marcelino Pérez, era un tiendonón en donde se vendían toda clase de materiales, desde un clavito, hasta vaquetas enteras.
El zapatero remendón aún sigue vivo gracias a que en la actualidad se sigue produciendo calzado que se puede reparar, pues algunos como el tenis y otros zapatos similares, ya vienen vulcanizados, los hacen casi de una sola pieza.
Aquí no hay distinción de gentes o clases sociales, tanto el pobre como el rico, caen con nosotros, por lo menos una vez en su vida, es más, algunos nada más vienen a que se los hormemos, pero vienen.
Mucha gente ha disfrutado tanto sus zapatos, que les pesa echarlos a la basura y se encariñan de ellos, sin importar que estén todavía de moda o no y a decir verdad les pesa echarlos a la basura.
Por ahí oí decir a alguien que sus zapatos solo tenían tres puestas y otro que le respondió: ¡sí, la de tu abuelito, la de tu papá y la tuya!
Al entrar a este tipo de establecimientos, es normal que se presente un fuerte y penetrante olor a solvente, pegamento y sobre todo a cuero.
El noble trabajo del zapatero remendón, nunca acaba, pues a pesar de que siempre tiene sus manos manchadas por el “betún”, la tinta o el pegamento, manos que además están señaladas con pequeñas fisuras que fueron hechas por el filo de la “chaveta”, la ropa manchada y el mandil sucio, su afán de servir con amor al prójimo… ¡es impecable!
“Maistro, aquí le dejo mis zapatos pa’ que les dé una “manita de gato”. Eso llegan diciendo pero los zapatos prácticamente están… ¡i n s e r v i b l e s! y de pilón… ¡hediondos!
"Maistro, aquí le traje esta mochila se fregó el cierre y se me está descociendo de abajo".
Maestros don Ramón y Zeferino, “Los Pelos”… ¡muchas gracias! ¡Mis respetos!
Escrito por: Carlos Enrique Parra Ron.
Libro: Vidas Etzatlenses.
Reg. S.E.P. 2568/2015
Libro: Vidas Etzatlenses.
Reg. S.E.P. 2568/2015