El año 2020 sin duda marcó la historia de la humanidad, un
año que será visto como parteaguas para la generación a la que le tocó
experimentar el embate de la pandemia del sars-cov-2, extendida a nivel mundial
rápidamente y que aún no termina. En menos de doce meses los contagiados suman
millones, así como las defunciones han alcanzado cifras alarmantes.
Todo aconteció cuando nuestro mundo se jactaba de poseer el
mayor avance tecnológico y farmacéutico, pero que de poco ha servido ante un
nuevo virus, del que no se tenía antecedente, obligando a buscar la cura lo más
rápido posible.
Es indudable que la vida cotidiana se trastocó y todos
hemos tenido que aprender a vivir en el encierro para evitar los contagios,
pero también a convivir de manera virtual.
Sin duda es labor del historiador reflexionar en torno a
este tipo de fenómenos que marcan a la humanidad, lo cual nos ayuda por un lado
a tener conciencia de que no es la primera, ni será la última vez que nos
enfrentaremos a este tipo de situaciones; y, por otro, a conocer cómo las
sociedades en el pasado lograron hacer frente a situaciones similares, incluso
con menos conocimientos médicos y tecnológicos.
La historiografía comenzó a interesarse por aquellos temas
soslayados por la historia tradicional enfocada en asuntos políticos y
personajes prominentes, de manera que temas como las mujeres, la niñez, la
homosexualidad, la locura, la prostitución, los silencios… comenzaron a
desfilar en los escritorios de los investigadores y, por supuesto, también los
estudios sobre la salud.
Las epidemias han ocupado un lugar importante en los
estudios sociohistóricos, con variados abordajes teóricos y metodológicos,
siendo la demografía histórica uno de los principales. La escuela de los
Annales se interesó en el impacto de las epidemias desde diversos enfoques.
Jacques Le Goff, en 1945, es de los primeros en aproximarse en su estudio sobre
la baja Edad Media a la “Peste Negra” que azotó a Europa en el siglo xiv,
surgiendo tras él estudios de diversas otras enfermedades.
En el caso de la Nueva España y México contamos con
abundante historiografía sobre las diversas epidemias que han azotado a sus
habitantes a lo largo de los siglos. Investigadores como América Molina del
Villar y Miguel Ángel Cuenya han profundizado en el tema de la epidemia del
matlazahuatl de 1737; Chantal Cramaussel sobre la viruela; Marciano
Netzahualcoyotzi, la pandemia de gripe española de hace cien años; Concepción
Lugo y Lourdes Márquez Morfín en las epidemias de tifo como la de 1814, entre
otros. La Nueva Galicia y Jalisco no se quedan atrás en cuanto a producción
historiográfica sobre tal temática, baste citar las investigaciones acerca de
las epidemias regionales hechas por Lilia Oliver, David Carbajal, Celina
Becerra o Thomas Calvo.
En el contexto de la pandemia actual consideramos
pertinente que este número de la revista Estudios Jaliscienses se dedicara a
epidemias, con el propósito de reflexionar sobre aquellas que han azotado a
Guadalajara y su región…
David Carbajal López estudia tanto las rutas de propagación
como el impacto demográfico de la pandemia de cólera morbus que azotó la región
de 1849 a 1851.
Se trata de un acucioso análisis con base en los libros de
defunciones y en los informes que de las casi cien parroquias que integraban
entonces el obispado de Guadalajara mandaron al obispo Diego de Aranda y
Carpinteiro, en plena contingencia sanitaria.
Los artículos aquí incluidos pretenden fomentar la
reflexión sobre problemáticas de este tipo, vigentes hoy en día, y mostrar cómo
las epidemias fueron finalmente superadas; pero, a la vez, advertir que no
debemos olvidarnos de ellas, ya que son una constante que acecha a la
humanidad, citando a Heidegger, “la posibilidad de la imposibilidad de todas
las posibilidades”.
Texto de Alejandro Quezada Figueroa Universidad de Guadalajara
Propagación e impacto demográfico del cólera morbus en el
obispado de Guadalajara, 1849-1851
Recorrido del vibrión colérico desde Asia hasta México,
1845-1849
La segunda pandemia de cólera morbus inició su recorrido en
Kabul, Afganistán, en la temporada de calor de 1845; en julio de 1846 se hizo
presente tanto en Ambala, India, como en Teherán, Irán; en su trayecto llegó en
junio de 1847 a Astracán, Rusia; de allí llegó a Moscú, donde comenzó a causar
estragos en septiembre de ese mismo año. En junio de 1848, el vibrión colérico
ya cobraba vidas tanto en San Petersburgo, como en Berlín; en septiembre el
agente patógeno ya estaba en Hamburgo.
El cólera cruzó el Mar del Norte con destino al Reino
Unido, pues el 1o. de octubre ya cobraba vidas en Edimburgo y el 5 de noviembre
en Glasgow.
El cólera morbus atravesó el Océano Atlántico, ya que
arribó por segunda vez al continente americano a finales de 1848; después de
recorrer un poco más de cinco mil km; la vía de entrada fue el puerto de Nueva
York, lugar en el que se registró la primera muerte causada por el vibrión
colérico el 2 de diciembre de dicho año.
Ruta de propagación en el obispado de Guadalajara, 1849-1850
El 5 de junio de 1849, el cura de la parroquia de San
Gregorio Mazapil, Félix Palomino, informaba a Diego Aranda y Carpinteiro,
obispo de Guadalajara, que “hoy por desgracia tenemos ya a las puertas de
Mazapil la terrible epidemia del cólera, y creo que dentro de muy pocos días
invadirá toda la demarcación de este curato”.En tensa calma, no fue sino hasta
el ya mencionado 1º de julio cuando el mismo parróco Palomino redactó la
primera acta de entierro en la vicaría de Cedros, a causa del “cólera asiático”,
fue una mujer de 60 años, de nombre Matilde, viuda, quien murió transeúnte
cuando “iba de paso para Salinas de donde era vecina”
La presencia del vibrión cólerico comenzó a intensificarse
en varias parroquias del obispado tapatío a partir de la segunda quincena de
diciembre de 1849.
Se puede perfilar que a partir de febrero de 1850
comenzaron a reportarse los estragos de la pandemia por los cuatro puntos
cardinales de la diócesis tapatía, pero no necesariamente con una secuencia
cronólogica y geográfica de propagación del vibrión colérico clara y definida.
Los curatos atacados por la pandemia durante el segundo mes del año fueron
Poncitlán, La Hedionda, Encarnación, Toluquilla, Tlajomulco, Tala, Chapala,
Cocula y Ameca.
Con relación a la presencia de la enfermedad, el cura de
Ameca, Isidoro Diaz de Sandi, señaló “que la epidemia tuvo desarrollo furioso
en las gentes que vivían en las inmediaciones de un río bastante caudaloso que
atraviesa por esta población, al extremo de haber quedado muchas casas
enteramente solas”. Este aspecto, ratifica que los cuerpos de agua contaminados
con el vibrión cólerico eran letales.
Además del conocimiento adquirido por autoridades de la
diocésis guadalajarense, también influyeron en el referido retraso, las medidas
tomadas por la Junta de Sanidad de Guadalajara desde 1849 con la finalidad de
remediar la situación “desastrosa en la que se encontraba el hospital de
Belén”, donde “la falta de aseo y limpieza es notable tanto en lo material del
establecimiento como en la ropa de servicio, y más aún en la demora de sacar
los excrementos, y el propio cuidado de limpiar los vasos en que se
depositan”; la remoción de la “multitud
de suciedades e inmundicias” acumuladas en el río San Juan de Dios, la
aplicación de normas de higiene en la penitenciaría de Escobedo para evitar que
fuese un sitio “bastante infecto y corrompido, tanto por las emanaciones de las
inmundicias de todos géneros, como por las exhalaciones de los individuos allí
hacinados”, así como la mejora en el manejo de los desechos fecales en la urbe,
ya que nocturnamente pasean por las calles de esta ciudad carretones con el fin
de recoger los excrementos humanos. Este pasaje los juzgamos en primer lugar
inútil; pues constantemente, y en abundancia, como antes de la existencia de
dichos carretones, se ven en el suelo los excrementos, y esto no solamente en
los suburbios sino en multitudes de calles más centrales.
En el primer mes del segundo semestre de 1850, una docena
de curatos registraron sus primeras muertes entre sus feligresías, a saber:
Bolaños, Tecalitlán, Huéjucar, Tlaltenango, Ixtahuacán del Río, Tonila,
Mecatabasco, Mezquitic, Teocuitatlán, Yahualica, Atoyac y Tequila. Durante
agosto otras doce parroquias del obispado de Guadalajara reportaron el inicio
de la cuenta de víctimas mortales por el cólera, la cuales enseguida mencionamos:
Tenamaxtlán, Autlán, Cuquío, Amatitán, Amacueca, Santiago Ixcuintla,
Huejuquilla el Alto, Tepic, Etzatlán, Magdalena,Tapalpa.
El cura de Magdalena, Juan N. Ledón comunicó al obispo
"que fueron invadidos del cólera los ranchos que están al pie del cerro de
Tequila y el pueblo de indios de San Juanito que está al sur de esta parroquia
pertenecientes a esta jurisdicción.
A la fecha van sólo en San Juanito, donde la epidemia se ha
desarrollado con mucha fuerza cincuenta y tantos atacados y veinte y siete
muertos.
En esta cabecera empieza también a desarrollarse, aunque
con alguna moderación, pues de ocho atacados, siendo yo uno de ellos, sólo el
padre La O, ministro de Hostotipaquillo, que vino a ayudarme por cuatro días a
confesar a mucha gente que ocurrió a un triduo y procesión que hubo en este
pueblo, desagraciadamente murió, pero con tal prontitud que habiendo empezado a
las cinco de la mañana, expiró a la una del mismo día."
La muerte de sacerdotes por la pandemia fue reportada con
cierta frecuencia, pues éstos eran quienes estaban en la primera línea de
atención a los enfermos para brindar auxilio espiritual.(La primera muerte por
cólera registrada en Etzatlán fue el 20/08/1850, según el libro de defunciones
de la Parroquia de la Purísima Concepción)
Recorrido del cólera por la diócesis tapatía durante 1851.
El inicio de la ruta de propagación de la pandemia de cólera
registrada durante 1851 en algunas parroquias del obispadode Guadalajara se
explica de la siguiente manera: en el curato de Tequila se asentó la primera
muerte del “asesino asiático” el 28 de julio de 1850. Al día siguiente, en el
curato de Ameca se redactó el acta de entierro del primer fallecimiento por
cólera de una segunda ola en esta jurisdicción amequense; por lo tanto,
consideramos que el cólera provenía de Tequila cuando llegó por segunda ocasión
a la feligresía de Ameca; desde donde retornó nuevamente al curato tequilense
para empezar a cobrar víctimas mortales el 12 de marzo.
La siguiente jurisdicción parroquial en ser invadida por
segunda vez fue la Etzatlán.
Fuente: Revista "Estudios Jaliscienses"# 123.
En el año 1929, Etzatlán también sufrió por la viruela y
pidió vacunas a la autoridad sanitaria. (Recorte del periódico El informador)
En 1833 hubo 32 muertes por cólera en Etzatlán. Fue la
primera parte que publicamos de este especial. https://muchosdocpr.blogspot.com/2021/02/etzatlan-sufrio-por-la-epidemia-del.html?m=0