Este viernes se realizó una misa solemne para trasladar los
restos mortales del primer Obispo de la Prelatura de Jesús María El Nayar.
Los restos del señor Obispo emérito, Fray Manuel Romero Arvizu OFM,
se trasladaron del panteón de Jesús María a su catedral, en la misma población.
La misa la celebró el Obispos de la Prelatura de Jesús
María, El Nayar, J. Jesús González Hernández y otros sacerdotes.
Acudieron varios feligreses y los cánticos de la misa
solemne fueron interpretados por las Hermanas Misioneras Franciscanas de
Jesús y María, que Fray Manuel Romero fundó.
Una gran anuncio informaba
de este evento tan importante para la comunidad católica.
Para este hecho histórico
acudieron familiares del Obispo Manuel Romero,entre ellos el ex alcalde del municipio de Etzatlán,
Bonifació Romero Velador, quien es su cuenta de Facebook publicó lo siguente:
Gratos recuerdos guardamos del Tío-abuelo Fray Manuel Romero Arvizu O.F.M.
Vamos (el jueves) al lugar que por mucho tiempo lo acogió. ( Prelatura de Jesús María el Nayar)
Sus restos serán exhumados como parte del proceso de canonización que a su persona están realizando, por ello pido oraciones para el, así como seguro estoy el también orará por todos nosotros!
El viernes publicó:
Regresando muy contentos por este evento tan significativo para la comunidad de Jesús María, Nayarit, la comunidad franciscana, la familia Romero y desde luego para el tío Manuel Romero OFM a quien hoy en su aniversario luctuoso homenajearon de una muy bonita manera!
Con fotos de Bonifacio Romero Velador
Fray Manuel Romero es persona ilustre de Etzatlán.
LA VIDA DEL OBISPO MANUEL ROMERO EN LA PRELATURA
El Santo Padre Beato Juan
XXIII tuvo la voluntad de aceptar esa idea de las personas que comenzaron a
decir: “Tenemos que mandar a alguien allá, a la sierra”. Así, el 13 de enero de
1962, que está aquí a la vuelta, pero han pasado cincuenta años, el Papa hizo
un Bula, un documento escrito, por el que erigía esta Prelatura Nullius de
Jesús y María, El Nayar.
Finalmente, ustedes ya saben la historia
reciente, muchos de ustedes, incluso, la vivieron y hoy esta historia viva la
queremos ofrecer a Cristo, nuestro Señor. Ya saben cómo llegó el Sr. Obispo
Fray Manuel Romero Arvizu, con un título rimbombante, a mí se me hacía, yo
estaba chiquillo, estaba en el Colegio Seráfico, y le dieron un título muy
rimbombante: Prelado Nullius de Jesús María del Nayar; y yo decía: “Nullius ha
de ser algo muy importante”, ya se me empezaba a olvidar el latín y después me
voy dando cuenta que ‘Nullius’ quiere decir: sin nada ni nadie, el Obispo solo.
Le dieron la mitra desde luego, porque la mitra siempre representa una parte de
la Iglesia que es importante: la jerarquía. Y entonces les dijeron a los
habitantes de aquí: “Tendrán un Obispo y ese Obispo vendrá al Nayar”.
Llegó aquí el Sr. Romero con su vestidura
episcopal, incluso con una cauda episcopal, porque se usaba en ese entonces.
Gracias a Dios ahora a los Obispos se nos ha aligerado nuestras vestiduras. Él
llegó con su capa episcopal, todos sus arreos pontificios y llegaron aquí,
hasta a la puerta de la catedral. Él bajó en un caballo, en un burro, sabrá
Dios en que habría bajado, y pasó el río como se pasaba entonces, pues no había
la canastilla, que pusieron después. Llegó en la avioneta y cayó allá en la
pista, como decimos aquí, y, bueno, lo trajeron. Él entró, hizo su entrada con
poquita gente. Ahora cómo será, cómo el Obispo Romero verá desde el cielo a
todos nosotros, a todo su pueblo que tanto quiso. Y entonces él llegó aquí a la
catedral. Y él me contó un día que llegó aquí a la catedral y la puerta la
tenían cerrada, porque iban a hacer el rito de entrada, de toma de posesión, y
entonces se rezaba el Salmo 23: “Ábranse, puertas eternales, que va a entrar el
Rey de la Gloria” (7) y entonces él daba con el báculo a la puerta y segundo:
“Ábranse, puertas eternales, que va a entrar el Señor de la Gloria”, y como
traían al Santísimo, porque habían celebrado en esta capillita, que ahora es
una capillita, antes era como la casa episcopal y entonces traían al Santísimo.
Y tercera vez: “Ábranse, puertas eternales”. Y, cuando se abrió, dicen que
todos los presentes, sabe si están aquí algunas gentes de ese tiempo, a lo
mejor doña Roberta, se acordarán mejor de ese día, entonces cayeron todos al
suelo, de repente todos al suelo, con todo y ornamentos; todos al suelo, porque
al abrirse la puerta de la catedral, salió una bandada, decimos aquí de
chinacates, de murciélagos. Y dice el Sr. Romero que entonces se le encogió el
corazón, se le encogió el corazón, porque dijo: “Es mi catedral y parece una
cueva”. Entonces dice que entró, se levantaron como pudieron y entraron las
autoridades tradicionales, la chirimía, la dancita tradicional y entonces dice
el Sr. Romero que, cuando iba caminando, el corazón seguía encogido; pero
cuando llegó al trono, un trono que le tenían allí preparado, él se sentó y, al
sentarse, dijo: “Cristo, nuestro Señor, nació en una cueva”. Y entonces, dice,
se le pacificó su corazón, entonces sintió que Dios estaba aquí y que Dios lo
había mandado aquí. El Sr. Obispo Romero era un hombre de fe. Si hubiera sido
otro, quizá yo, hubiera dicho: “Se me hace que me devuelvo”. Y entonces él
entró a la Catedral, tomó posesión y comenzó, comenzó una ardua tarea que duró
28 años completos, difíciles, duros, trabajosos, de ir a donde podía, sin saber
dónde quedaba; si le hablaban de San Juan Peyotán, pues, a la mejor allá entre
dos, tres o cuatro cerros pudiera estar el pueblito; pero iba él caminando,
viendo para un lado y otro. Y, bueno, él comenzó a abrir este camino de la
Iglesia, siempre con la mitra puesta, porque entonces decían: “Es el Obispo que
llega” “¿Quién es el Obispo? ¿A qué vine?”, decían y preguntaban. Todavía
cuando llegué yo preguntaban: “¿Y a qué viene el Obispo?”. Y entonces poco a
poquito fueron comprendiendo que todos los hermanos indígenas y mestizos de la
Prelatura formaban parte de la Iglesia y que el Obispo era el garante de la
presencia de Cristo y, aquí está lo importante, de estar unidos a la Iglesia
con Pedro, llevara el nombre que llevara: Juan XIII, Pablo VI, Juan Pablo II y
ahora nuestro Papa Benedicto XVI. Entonces el Sr. Romero acuñó una frase que
decía: “Con Pedro, siempre con Pedro, nunca contra Pedro”. Yo creo que los que
son, sobre todo, de aquí de Jesús María se acuerdan de esta frase, era como su
lema de él, porque quería hacer presente al Papa y con el Papa sentir que la
Iglesia estaba con él y que lo reforzaba y que lo acompañaba en su tarea
pastoral.
Poco a poquito fueron viniendo misioneros
franciscanos y se fue formando también un grupito que después dio vida a los
primeros diocesanos, la iglesia diocesana, un sueño de los Obispos: tener su
iglesia diocesana y entonces comenzó a haber uno y otro. El Sr. Romero alcanzó
a ordenar cuatro sacerdotes para nuestra Prelatura. Y con ellos, con los demás
hermanos, con las Hermanas Misioneras Franciscanas de Jesús y María, que él
fundó, entonces comenzó una evangelización por todo lo largo y lo ancho de la
sierra, y él anduvo por todos los lugares, siempre acompañando a las
comunidades; también él con mucha fatiga, donde podía, como podía, se
trasladaba. Aquí en Jesús María es muy famosa la mula que tenía el Sr. Obispo,
muy buena, grandota, que le llamaban “La Palmolive”, era su transporte aquí en
la sierra. Ahora la recordamos en estos cincuenta años, pero ese fue el medio
como Dios le dio a entender al Sr. Obispo: “Trasládate, ve, camina, no tengas
miedo, Yo estoy contigo”. Y así fue.
Durante 28 años el Sr. Obispo, Fr, Manuel Romero
entregó su vida aquí. Y empezó a formar pequeñas parroquias, comunidades,
empezó a darle un poquito de estructura a la iglesia diocesana, hasta llegar
precisamente a la corona de todo padre que es el tener sus hijos propios, y
entonces tuvo a los cuatro primeros sacerdotes diocesanos de la Prelatura.
Y, bueno, después de este periodo, me tocó a su
servidor, me llamaron a mí para que continuara esta labor. Yo quiero decirles
que, por ser una persona de banqueta, cuando me dijeron que iba a ser el
Obispo, me dio más miedo que ahora que me decían que me tocaba la homilía o
esta partecita que me está tocando, y entonces me dio tanto miedo, me dio tanta
reticencia a lo que venía. Pero poco a poquito fui encontrando las comunidades
y me fui enamorando. La sierra enamora, a los que venimos de fuera, nos
enamora, y entonces poco a poquito fui descubriendo que el Señor estaba aquí y
que el Señor tenía su plan y que no era yo ni eran los que me acompañaban, mis
colaboradores y misioneros y misioneras, sino era el Señor que nos llevaba
adelante.
Y fuimos comenzando poco a poquito a
estructurar. El Sr. Romero alcanzó a hacer un plan pastoral, porque al
principio, imagínense, Durango, Zacatecas, Nayarit, Jalisco, partecita de
Sinaloa, toda la sierra, no era cosa de decir cómo le hacemos, qué línea
tomamos, en la sierra no podíamos tomar ninguna línea pastoral, porque es un
mosaico de culturas y de gente y de sentimientos; y entonces teníamos que ir
con mucho cuidado dándole a cada quien lo que el Señor nos iba revelando y que
se necesitaba. Al principio, el primer plan pastoral era un plan muy sencillito
y decía, fíjense, era tan sencillo que su objetivo general iniciaba diciendo: “Unidos
al Sr. Obispo”. Se acuerdan que había algunos sacerdotes, de estos con tanta
experiencia que nos enseñaban: tantas palabras, no se pueden pasar, al final
tiene que acabar con el Reino de Dios, verdad. Así lo hicieron y bueno. Yo
pongo el acento en “Unidos al Sr. Obispo”, porque entonces cada misionero,
imagínense, uno en Durango, otro en Zacatecas, otro por acá en la costa, ¿qué
hacían? ¿cómo le hacían? ¿qué línea? ¿cómo se organizaban? Bueno, pues el Sr.
Romero tuvo esa feliz idea, junto con los misioneros de ese tiempo, algunos
están aquí presentes, y entonces formaron el primer plan pastoral y entonces
dijeron: “Lo primero que necesitamos es, antes que nada, estar unidos al Sr.
Obispo, porque vamos a hacer un trabajo de conjunto y el Obispo tiene que ir
como adelante de nosotros. Bien, así pasó la historia.
Y después, cuando me tocó a mí, yo quiero como
de forma anecdótica recordar que todo, esta casa estaba en adobe, todo en
adobe, y decía el Sr. Romero: “Oye, cuando tú seas el Obispo (porque yo llegué
como coadjutor, aquí de ayudante), cuando tú seas el Obispo no vayas a
arreglar, porque yo aquí encontré huarachitos y tierrita”. Y yo le dije:
“Señor, pero yo ya voy a querer unos zapatos para caminar, no se apure, no se
aflija, vamos viendo”. Quiero decirles ese paso, si quieren de una forma muy
anecdótica, pero es el paso de lo que no se sabía por dónde caminar y de
repente comenzamos a ver el camino y entonces se comenzó a dar un cambio.
Vinieron frailes muy eruditos; fíjense, a veces se piensa que a la sierra
vendrán los que no quieren estar en la ciudad o no nos quieren en la ciudad,
que se vayan allá a la sierra, o a los que les guste andar allá por los cerros,
y entonces descubrieron tanto el Ministro Provincial como el Obispo de entonces
y su servidor, ya cuando me tocó, que deberían venir los mejores frailes, como
en la evangelización de México, no vino cualquier fraile, verdad, todos los
grandes frailes de la evangelización de México fueron los que pusieron las
bases de la civilización, vamos diciendo, del pueblo mexicano, de la república
que ahora disfrutamos con sus instituciones. Fueron los frailes los que
empezaron a decir vámonos por aquí y comenzaron a hacer sus catecismos y otras
cosas…
HOMILIA DEL OBISPO EMERITO,
FR. JOSE ANTONIO PEREZ SANCHEZ,
EN LA EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR DE
LA PRELATURA.
Transcripción del audio original por Fr.
Alejandro Legazpi Romo, OFM, y
redacción final por Fr. Pablo Betancourt Castro,
OFM.
CANONIZACIÓN
En el sentido literal, canonizar significa incluir un
nombre en el canon o lista de los santos. A lo largo de los siglos, las
comunidades cristianas han compilado numerosas listas de sus santos y mártires.
Muchos de esos nombres se han perdido para la historia. La obra más completa
que existe sobre los santos, la Biblioteca Sanctorum, abarca actualmente
dieciocho volúmenes y menciona a más de diez mil santos con sus vidas y
milagros.
LOS NUEVE PASOS EN EL PROCESO DE CANONIZACIÓN
Lo que sigue es una descripción del sistema de canonización, con toda su
circunspección, tal como existía aún en fecha tan reciente como 1982:
En la práctica, el proceso de canonización involucra una gran variedad de
procedimientos, destrezas y participantes: promoción por parte de quienes
consideran santo al candidato; tribunales de investigación de parte del obispo
o de los obispos locales; procedimientos administrativos por parte de los
funcionarios de la congregación; estudios y análisis por asesores expertos;
disputas entre el promotor de la fe (el "abogado del diablo") y el
abogado de la causa; consultas con los cardenales de la congregación. Pero, en
todo momento, únicamente las decisiones del Papa tienen fuerza de obligación;
él sólo posee el poder de declarar a un candidato merecedor de beatificación o
canonización.
Bajo el antiguo sistema jurídico, una causa de éxito pasaba por las siguientes
fases típicas:
1) Fase prejurídica. Hasta 1917, el derecho canónico exigía que pasaran por lo
menos cincuenta años desde la muerte del candidato antes de que sus virtudes o
martirio pudieran discutirse formalmente en Roma.
Durante esa fase se permiten, sin embargo, una serie de actividades
extraoficiales. Primero, un individuo o un grupo reconocido por la Iglesia
puede anticiparse al proceso con la organización de una campaña de apoyo al
candidato potencial
2) Fase informativa. Si el obispo local decide que el candidato posee los
méritos suficientes, inicia el Proceso Ordinario. El propósito de ese proceso
es suministrar a la congregación los materiales suficientes para que sus
funcionarios puedan determinar si el candidato merece un proceso formal. A tal
fin, el obispo convoca un tribunal o corte de investigación. Los jueces citan a
testigos que declaren tanto a favor como en contra del candidato, que de ahí en
adelante es llamado "el siervo de Dios".
3) Juicio de ortodoxia. Es un proceso concomitante, el obispo nombra unos
funcionarios encargados de recoger los escritos publicados del candidato; al
final, se reúnen también cartas y otros escritos inéditos. Los documentos se
envían a Roma, donde en el pasado eran examinados por censores teológicos, que
rastreaban eventuales enseñanzas u opiniones heterodoxas; hoy, los censores no
intervienen ya, pero los exámenes continúan realizándose.
4) La fase romana. Es aquí donde empieza la verdadera deliberación. En cuanto
los informes del obispo local llegan a la congregación, se asigna la
responsabilidad de la causa a un postulador residente en Roma. Hay unos
doscientos veintiocho postuladores adscritos a la congregación; la mayoría de
ellos, sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas.
5) La sección histórica. En 1930, el Papa Pío XI instituyó una sección histórica,
especializada en causas antiguas y en ciertos problemas que el proceso
puramente jurídico no era capaz de resolver. En primer lugar, las causas para
las cuales no quedan ya testigos presenciales vivos se asignan a esa sección
para su examen histórico; las decisiones sobre la virtud o el martirio se toman
en esos casos mayormente a partir de pruebas históricas. En segundo lugar,
muchas otras causas se remiten a la sección histórica cuando algún punto
controvertido requiere un examen de archivos u otra clase de investigación
histórica.
6) Examen del cadáver. A veces se exhuma,
previamente a la beatificación, el cadáver del candidato para su identificación
por el obispo local. Si se descubre que el cadáver no es el del siervo de Dios,
la causa continúa, pero deben cesar las oraciones y otras muestras privadas de
devoción ante la tumba. El examen se realiza únicamente para fines de
identificación, aunque, si resulta que el cuerpo no se ha corrompido, tal
descubrimiento puede aumentar el interés y el apoyo que recibe la causa
7) Procesos de milagros. Todo el
trabajo realizado hasta este punto es, a los ojos de la Iglesia, el producto de
la investigación y del juicio humanos, rigurosos pero no obstante, falibles. Lo
que hace falta para la beatificación y la canonización son señales divinas que
confirmen el juicio de la Iglesia respecto a la virtud o el martirio del siervo
de Dios. La Iglesia toma por tal señal divina un milagro obrado por intercesión
del candidato. Pero el proceso por el cal se comprueban los milagros es tan
rigurosamente jurídico como las investigaciones sobre el martirio y las
virtudes heroicas.
El proceso de milagros debe establecer:
a) que Dios ha realizado verdadera un milagro – casi siempre la curación de una
enfermedad – y
b) que el milagro se obró por intercesión del siervo de Dios.
De manera semejante al proceso ordinario, el obispo de la diócesis, en donde
ocurrió el milagro alegado, reúne las pruebas y toma acta notarial de los
testimonios; si los datos lo justifican, envía dichos materiales a Roma, donde
se imprimen como positio.
8) Beatificación. Previamente a la beatificación, se celebra una reunión
general de los cardenales de la congregación con el Papa, a fin de decidir si
es posible iniciar sin riesgo la beatificación del siervo de Dios. La reunión
guarda una forma altamente ceremoniosa, pero su objetivo es real. En los casos
de personajes controvertidos, tales como ciertos papas o mártires que murieron
a manos de Gobiernos que aún siguen en el poder, el Papa puede efectivamente
decidir que, pese a los méritos del siervo de Dios, la beatificación es, por el
momento, "inoportuna". Si el dictamen es positivo, el Papa emite un
decreto a tal efecto y se fija un día para la ceremonia.
9) Canonización. Después de la beatificación, la causa queda parada hasta que
se presenten – si es que se presentan – adicionales señales divinas, en cuyo
caso todo el proceso de milagros se repite. Las fichas activas de la
congregación contienen a varios centenares de beatos, algunos de ellos muertos
hace siglos, a quienes les faltan los milagros finales, posbeatificatorios, que
la Iglesia exige como signos necesarios de que Dios sigue obrando a través de
la intercesión del candidato. Cuando el último milagro exigido ha sido
examinado y aceptado, el Papa emite una bula de canonización en la que declara
que el candidato debe ser venerado (ya no se trata de un mero permiso) como
santo por toda la Iglesia universal. Esta vez el Papa preside personalmente la
solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, expresando con ello que la
declaración de santidad se halla respaldada por la plena autoridad del
pontificado. En dicha declaración, el Papa resume la vida del santo y explica
brevemente qué ejemplo y qué mensaje aporta aquél a la Iglesia.
Éste es, en esencia, el proceso por el cual la Iglesia católica romana ha
canonizado durante los últimos cuatro siglos.
EL PROCEDIMIENTO ACTUAL PARA LA CANONIZACIÓN
Actualmente se mantiene el aspecto jurídico del viejo sistema – esencialmente,
la celebración de tribunales locales ante los que declaran los testigos -, pero
se aspira a comprender y valorar la forma específica de santidad del candidato
en su contexto histórico preciso. A grandes rasgos, funciona como sigue:
La investigación y la recogida de pruebas están ahora bajo la autoridad del
obispo local. Antes de iniciar una causa, éste debe consultar, sin embargo, a
los otros obispos de la región para decidir si tiene sentido pedir la
canonización del candidato; obviamente, en la moderna era de las comunicaciones
instantáneas, un santo cuya reputación de santidad no trasciende los confines
del vecindario es difícil de justificar. Luego, el obispo designa a los
funcionarios necesarios para investigar la vida, las virtudes y/o el martirio
del candidato. Una parte de la investigación incluye todavía las declaraciones
de testigos oculares; pero lo que más importa es que la vida y el trasfondo
histórico del candidato sean rigurosamente investigados por expertos entrenados
en los métodos histórico-críticos. Se reúnen los escritos publicados e inéditos
del candidato o relacionados con él, y unos censores locales los evalúan para
comprobar la ortodoxia del candidato. En otras palabras, esa decisión ya no se
toma en Roma. Aún así, el candidato debe pasar todavía una prueba de control de
las congregaciones vaticanas interesadas y recibir el nihil obstat de la Santa
Sede. Si el obispo queda satisfecho con los resultados de la investigación,
envía los materiales a Roma.
El objetivo principal de la congregación es facilitar la confección de una
positio convincente. Una vez aceptada la causa, la congregación designa un
postulador y un relator. A partir de ahí, corre a cargo del relator supervisar
la redacción de la positio. Ésta debe contener todo lo que los asesores y prelados
de la congregación necesitan para juzgar la aptitud del siervo de Dios para la
beatificación y la canonización. Debe contener, pues, un nuevo tipo de
biografía, una que describa y defina sinceramente la vida y las virtudes o el
martirio del candidato, teniendo en cuenta también todas las pruebas
contrarias. Después, el relator elige a un colaborador para que redacte la
positio. En el caso ideal, ese colaborador es un erudito originario de la misma
diócesis o, cuando menos, del mismo país del candidato, e instruido tanto en
teología como en el método histórico-crítico. En los casos más complejos, el
relator puede recurrir a colaboradores adicionales, incluidos los seglares
especialistas en la historia del período o del país particular en que vivió el
candidato.
Una vez terminada la positio, ésta es estudiada por los expertos. Si es
necesario, pasa antes por los asesores históricos. Luego, la examina un equipo
de ocho teólogos elegidos por el prelado teólogo; si seis o más de ellos la
aprueban, va a la junta de cardenales y obispos para que emitan su juicio. Si
éstos la aprueban, la causa pasa al Papa para que tome su decisión.
Los relatores no tienen nada que ver con los procesos de milagros, que se
juzgan de la misma manera que antes. La diferencia reside en que, desde la
reforma, el número de milagros requeridos reside en que, el número de milagros
requeridos ha sido reducido a la mitad: uno para la beatificación de los no
mártires, ninguno para los mártires. Después de la beatificación, tanto mártires
como no mártires sólo necesitan un milagro para obtener la canonización.
Vista en perspectiva histórica, la reforma representa una nueva fase de la
evolución del proceso de canonización. En rigor, la congregación se ocupa ahora
en primer lugar de la beatificación, no de la canonización; es decir, la
congregación es esencialmente un mecanismo dedicado a estudiar la vida, las
virtudes y el martirio de los candidatos propuestos por los obispos locales.
Incluso a los mártires se los examina ahora en cuanto a sus virtudes, con el
fin de comprobar si sus vidas encierran algún mensaje valioso para la Iglesia.
Aunque la canonización sigue siendo el objetivo de toda causa, se trata,
funcionalmente hablando, de un ejercicio auxiliar y a plazo indefinido, consistente
en comprobar un milagro de intercesión que no agrega nada a la importancia del
beato o la beata ni al significado que tiene para la Iglesia, si bien es la
manifestación de Dios de Su deseo de que sea venerado por toda la cristiandad.
Este dossier pretende dar una visión sumamente genérica del tema referido. Hay
infinidad de matices, procesos históricos y dilemas resueltos y por resolver
que, desgraciadamente, son imposibles de explayar en un trabajo de estas
proporciones. Sin embargo, tenemos la esperanza de dejar al lector con una
mayor cultura respecto a un tema que, como escribía en 1985 el autor de un
estudio popular sobre el Vaticano: "El misterio de la santidad y el
proceso canónico, con todas sus dimensiones espirituales de intercesión divina,
reliquias y milagros, es probablemente el mayor enigma de la Iglesia, después
de la Misa misma".
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