La fiesta dedicada a este arcángel comienza el 20 de septiembre y se prolonga hasta el 29, fecha marcada como suya en el calendario litúrgico.
El día 20 se hace un recorrido por el pueblo que culmina en la iglesia donde, a la “hora santa” (las ocho de la noche) se reza un rosario para dar gracias a Dios e iniciar los festejos dedicados a San Miguel.
El 21 por la mañana se canta “el alba”, se dice un rosario, se realizan cánticos acompañados con una banda de música y sobre todo se canta el himno a San Miguel. A la caída de las noches se recorre de nuevo el pueblo y se reza el rosario en la iglesia. Entre los días 21 y 27 se repite esta liturgia, y sólo el 28, al cumplirse el novenario, se realiza la peregrinación de las espigas, que es la romería mayor e involucra a todo el pueblo.
Al día siguiente, 29 de septiembre, tiene lugar la celebración de “la mera fiesta” del arcángel, se dice una misa, se hace un recorrido por el pueblo, hay música, se come y se bebe en abundancia, y llega a haber excesos.
A la peregrinación de las espigas asisten numerosas personas de otros pueblos, quienes por lo general son devotos de San Miguel. En ocasiones estos forasteros cooperan para la realización de la peregrinación e inclusive muchos de ellos son formalmente invitados, pero ello depende, en buena medida, del grado de organización que hayan logrado los vecinos de Oconahua para la realización de los festejos.
Algunas familias, para marcar su estatus material o para simular que lo tienen, cubren los costos de un día de celebración, que consisten en el pago de cohetes, música y liturgia.
En años recientes la fiesta del aniversario de San Miguel, que corresponde al 29 de septiembre, ha devenido en una suerte de “fiesta del ausente”.
Las festividades ofrecidas al arcángel son tan importantes para los habitantes de Oconahua, que los que se han ausentado —sean los emigrados a Estados Unidos, los que viven en Guadalajara u otros— vuelven para obsequiar y agasajar con sus familias y amigos. Así, no sólo se re-arraigan simbólicamente a su terruño quienes han debido emigrar, por la razón que fuere, sino que, y sobre todo, se renuevan y fortalecen las viejas y nuevas identidades, las de grupo y las individuales.
La procesión de las espigas.
La organización de la procesión de las espigas se realiza del mismo modo que los demás festejos religiosos locales. Es decir, a falta de las cofradías institucionalizadas que existen en otros sitios, los vecinos de los cuatro cuarteles en los que se divide el pueblo se organizan de manera espontánea y siguiendo liderazgos naturales.
Unos colectan recursos para la fiesta, otros se hacen cargo de su organización, de la logística, etcétera.
Se trata de una peregrinación en su origen sencilla, cuyo principal atractivo es que la gente enarbola plantas de maíz tierno, espigadas.
En el pasado la mayor parte de esas plantas eran adornadas con flores silvestres, con las que también era decorado el templo.
En la actualidad se echa mano, más bien, de las flores de los traspatios o de las que se adquieren en el comercio para la ocasión. También en el pasado se ofrendaban otras plantas durante la procesión, como las de frijol, calabaza o pepino, pero como éstas se han dejado de cultivar, predominan las de maíz.
Quienes participan en la procesión se dan cita en la entrada del pueblo. Todos portan plantas espigadas de maíz, y cada cual marcha con las mejores que ha podido conseguir en sus parcelas o en las milpas vecinas.
Primero marchan los personas de a pie. Les siguen quienes hacen la procesión en tractores o camionetas. Finalmente desfilan los que van a caballo.
En la cabeza de la procesión marchan señoras que cantan alabanzas, lo que otorga al evento mayor solemnidad.
En particular se entona el himno de San Miguel, que es original de Oconahua y que sólo se escucha ahí. Pero al lado del ambiente ceremonial hay otro de ruido, algarabía y fiesta y, a diferencia de años pasados, ahora es notoria la afluencia de mayores recursos dedicados a la lisonja, producto del dinero —dólares sobre todo— que llevan o envían los ausentes.
Esto hace más vivo y estridente el festejo.
Las personas mayores dicen que antiguamente la procesión se hacía con mayor devoción y respeto, tanto como cuando era realizada la cosecha. Al término de ésta se acostumbraba hacer oración, se cantaba “El alabado” y se ofrecía una comida a los trabajadores.
Se quejan de que ahora muchos de los que peregrinan el día de la procesión principal ni siquiera se quedan a oír misa, ya no se diga durante los días del novenario, cuando asiste menos gente.
El solo respeto que todavía prevalece ocurre cuando se canta el himno a San Miguel Arcángel. También opinan que antes era más bonita la fiesta. Se vendían burritos de juguete y se realizaban juegos tradicionales.
También se bailaba la danza de los moros y cristianos, de gran raigambre en el México indígena , donde aquéllos participaban con machetes ladinos.
Poco a poco fueron integrándose a la procesión tractores y camionetas, y también mujeres y niños. Al parecer la nueva práctica se impuso luego del reparto agrario, durante la década de los años treinta del siglo pasado, cuando algunas damas se convirtieron en ejidatarias, es decir, cuando tuvieron la titularidad sobre la tierra y arrogo sobre su principal producto, el maíz
.
Al llegar la procesión al templo, sus participantes lo adornan con las plantas espigadas que han portado durante la romería y escuchan misa. Al concluir el rito los vecinos del pueblo con menos recursos o quienes participaron en la procesión, pero que no son de Oconahua, se llevan los elotes tiernos y las plantas que engalanaron el recinto religioso. De esa suerte, queda entre los participantes la sensación de que nada se ha desperdiciado, de que se ha compartido con quienes no tienen, que se ha practicado la solidaridad.
Informantes locales mayores refieren que la procesión de las espigas es una celebración muy antigua, pues sus padres y abuelos ya la citaban como práctica arcaica. Empero, hay otros que aseguran que la romería fue instituida durante los años treinta del siglo pasado.
Argumentan también que durante el tiempo de los hacendados —al menos hasta 1910, año de inicio de la Revolución Mexicana— la procesión de las espigas no se realizaba.
La razón que esgrimen es que las tierras más productivas estaban en manos privadas —se habla de un poderoso hacendado de nombre José Martínez. Los campesinos eran jornaleros o medieros, en el mejor de los casos, y la escasa tierra que poseían era de calidad mediocre.
El argumento hace sobreentender que no tenía sentido peregrinar para dar gracias por los primeros frutos de una siembra de maíz que no era suya. Dicen, por otra parte, que durante el auge minero de las primeras décadas del mismo siglo XX se hacían grandes fiestas pero más bien privadas, sin relación alguna con la liturgia de la procesión de las espigas de años posteriores.
Además, quienes promovían y organizaban aquellas celebraciones no eran vecinos de Oconahua, sino más bien de Etzatlán; eran ellos los verdaderos beneficiarios de la explotación de las vetas locales.
Entre quienes participaban en aquellas diversiones se encontraba Salomón Tovar, un cura pueblerino que estaba a cargo de la salud espiritual de los habitantes de aquel villorrio.
Además de las labores de su templo, aquel vicario de Cristo animaba una orquesta conjuntamente con un tal Pedro Martínez. Pero además de su oficio sacerdotal y su afición a la música, parece que Tovar jugó un papel importante en la movilización campesina local de cara al reparto agrario de los años treinta del siglo pasado y en el inicio de la peregrinación de las espigas. En efecto, la percepción popular en Oconahua señala que su participación fue tan importante en el proceso agrario que terminó siendo removido de su puesto de vicario.
Es posible que los intereses de los hacendados y de la jerarquía católica —que en general han sido coincidentes y más en aquellos años— hayan sido los causantes de que Tovar fuese removido de su iglesia. No obstante, gracias a la insistencia de los habitantes de Oconahua, aquel cura músico pudo volver a su querido villorrio en 1936.
La leyenda dice que fue tanta la emoción de aquel sujeto por volver a su entrañable terruño, que murió víctima de un infarto al corazón.
A juicio de la memoria colectiva local fue el padre Salomón quien inició e instituyó la procesión de la espigas en 1930 o 1931. Se dice que en alguno de aquellos años las lluvias no caían, hecho que comprometía las siembras.
Entonces se le ocurrió a aquel párroco sacar a los campos la imagen de San Miguel —que entonces estaba figurada en madera o pasta vegetal— blandiendo su espada invencible. La presencia de El Arcángel en los campos propició la lluvia salvándose de ese modo la cosecha.
En agradecimiento, la comunidad de Oconahua realizó la procesión de las espigas al término de su novenario, lo que devino tradición.
Si así
ocurrieron los hechos, Salomón Tovar redimensionó una celebración que data de
fechas muy antiguas, mucho más arcaicas que la llegada de los europeos al Nuevo
Mundo, como se verá adelante, y ayudó, además, a recobrar el sentido de
pertenencia, de identidad y de solidaridad comunitaria en Oconahua.
Esto dio a ese lugar un distintivo peculiar,
pues la procesión de las espigas se hizo propia de ese pueblo y única.
Con información del cronista de Etzatlán Carlos Enrique Parra Ron.
Foto de Alonso Arvizu Bacilio