Estación Etzatlán

Posteriormente el Ferrocarril Central Mexicano cristalizó
el Ramal de San Marcos, que apareció publicado en el Directorio del Estado de
Jalisco de 1904-1905: Saliendo a las 3. 00 P.M. de La Vega, parando en las
estaciones: Carmen, Ahualulco, Estancita, Etzatlán (5.05), Bárcena y llegando a
San Marcos a las 5.35, donde pernoctaba y se abastecía de agua y leña, para
silbar su salida a las 5.15 A.M. El próximo año, el 20 de julio, se le aprobó
al señor Carlos Romero para que explotara un tren (por 80 años), que corriera
entre Etzatlán y Hostotipaquillo. La empresa se nombró, “Ferrocarril Minero de
Mololoa”.
Una fresca mañana, Nicolás, Marisol y yo nos encaminamos
para Etzatlán, en la esquina de su gasolinera viramos a la izquierda y seguimos
por una avenida que nos llevó a la porfiriana estación del tren. Nos bajamos
emocionados a apreciar la centenaria finca, de planta rectangular, en el lado
Oeste, la sala de espera, abierta por tres costados, el cuarto liga con lo que
era la oficina, donde estaba el dinámico Telegrafista y el observador Jefe de
Estación, con su reloj de bolso, ferrocarrilero (Elgin), en su chaleco o
pantalón y su gorra de Jefe. El costado Norte y Sur están delimitados por basas
de piedra, que sostienen pilares de madera y estructuras, que reciben el techo
de lámina, a dos aguas. Sala que tenía bancas de madera para los pasajeros.
Subimos por una rampa al andén, que conduce a unas altas puertas arqueadas que
abren a las bodegas, donde rodaban los diablos y las carretas de barra a la
báscula. Las puertas y las ménsulas del alero, enseñan ladrillo aparente,
contrastando con los enjarres. Nos adentramos a una espaciosa bodega y fuimos
atraídos por el precioso bosque de eucaliptos que enmarcaba la puerta
contraria. El lado Este con unas ventanas verticales y una puerta entre ellas,
sobre el cornisamento, un letrero: “ETZATLÁN”, arriba, una ventana circular. La
fachada Norte con la saliente ventana del Jefe de Estación, que mira el camino
de hierro en sus tres lados, donde antaño se dejaba ver una hermosa locomotora
con su penacho de humo, silbando alegría y progreso. Entre los rieles, se
rellenó con adoquines rojos para servir de agradable andador.
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