Resulta intrigante, en el sentido de despertar curiosidad, intentar reconstruir cómo pudo darse la comunicación entre la población indígena del Occidente de México y los integrantes del clero, que pretendían difundir el cristianismo. El recurso que queda es la revisión de fuentes que registraron comentarios o noticias sobre el mencionado proceso, para elaborar una hipótesis sobre cómo se dio la comunicación y el largo e inacabado proceso de evangelización.
En el primer documento que fue escrito, conocido como la “Visitación que se hizo en la Conquista donde fue por capitán Francisco Cortés”, se comenta de manera persistente la coexistencia de dos lenguas en un buen número de las poblaciones visitadas.
La “Visitación…”, fechada en 1525, es un censo de tributarios realizado a raíz de la expedición de Francisco Cortés de San Buenaventura, primo de Hernán Cortés. El recorrido registrado va de Autlán, el punto más sureño, hasta Tepic, el más norteño. Entre otros datos importantes desde la perspectiva de explotación de la tierra y de obtención de tributos, se menciona que en varias de las poblaciones conviven dos grupos: “nahual” y “otomí”. Esta última remite a un grupo ubicado de manera incuestionable, en el territorio que actualmente conocemos como estados de México, Hidalgo y Querétaro. Sin embargo, al no haber otro tipo de evidencias que de manera contundente confirmen la presencia de grupos otomíes en la zona, y considerando además que las menciones desaparecen en fuentes posteriores, parece más acertado inferir que el comentario remite a la existencia de una agrupación que no hablaba náhuatl sino otra lengua, cuyo nombre y características no se conocen.
A diferencia de México-Tenochtitlan, que tenía una población muy alta y en donde el náhuatl era la lengua mayoritaria, aunque no la única, en las poblaciones del Occidente de México, demográficamente más pequeñas, había una situación de diversidad lingüística que los representantes del cristianismo tenían que enfrentar de alguna forma.
¿Cuál usar?
La primera capital de Nueva Galicia fue Compostela, en el actual Nayarit. En los conventos que se fundaron en los alrededores, como Etzatlán y Aguacatlán, se trató de seguir el mismo esquema de difusión del cristianismo de México-Tenochtitlan y en conventos de las cercanías. En esta región, por ejemplo, Etzatlán se convirtió en una especie de “centro de operaciones” desde donde salieron varios franciscanos a iniciar tanto evangelización como educación. Las fuentes reportan que en Etzatlán y Aguacatlán los franciscanos les quitaron a sus padres a los niños “grandecitos” para que asistieran a la escuela, recurso que se había puesto en práctica en la Ciudad de México. Por documentación posterior, se infiere que debieron haber iniciado la catequesis y la educación en náhuatl.
Hacia fines de 1540, Gómez de Maraver, primer obispo de la Diócesis de Guadalajara, trató de que el castellano fuera la lengua de evangelización. Informó a la Corona que en los poblados indígenas de la comarca de Guadalajara los jóvenes comenzaban a hablar la lengua española. Pedía al rey recursos para escuelas. Pero los franciscanos propusieron evangelizar en náhuatl, pues la población indígena mostraba mayor disposición a aprender esta lengua. Lo podemos observar en una carta escrita por fray Rodrigo de la Cruz en 1550, desde Aguacatlán:
...Vuestra Magestad ha mandado questos indios deprendan la lengua de Castilla... A mí paréceme que debe mandar que todos deprendan la lengua mexicana, porque ya no hay pueblo que no hay muchos indios que no la sepan y la deprendan sin ningún trabajo, sino de uso y muy muchos se confiesan en ella. Es lengua elegantísima.
Casi 20 años después, en el informe elaborado a petición de Juan de Ovando, visitador de Felipe II, los franciscanos de Guadalajara reportaban la enseñanza de la lengua náhuatl y de la doctrina en náhuatl y en latín.
A pesar de las aparentes similitudes con lo que sucedió en la Ciudad de México, en esta región no se escribió ninguna obra que documentara la información etnológica e histórica de los grupos; por lo menos no la hubo en el siglo XVI. Hay algunos informes, como las Relaciones Geográficas del siglo XVI. Nueva Galicia, que registraron datos muy valiosos, así como la visita del padre comisario de los franciscanos Antonio de Ciudad Real, en la década de 1580. Pero no se contó con obras como la Historia General de los indios de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún. Es decir, la población indígena del Occidente no fue investigada de la misma forma que otras regiones de Mesoamérica. Por cartas de autoría diversa, principalmente de integrantes del clero, sabemos que había deficiencias en el dominio de las lenguas por parte de los integrantes del clero.
El presidente de la Audiencia de Guadalajara, Jerónimo de Orozco, señalaba en 1575 que ni clérigos ni religiosos dominaban la variante de la lengua mexicana que se requería hablar en tal territorio, opinión corroborada por el obispo fray Domingo de Alzola (dominico) en 1582, quien “...había encontrado bastantes deficiencias en la formación de los clérigos de Nueva Galicia, y después de examinarlos escribió a Felipe II que encontró en ellos ‘grandísimo idiotismo’, pues los obispos anteriores poco atendieron su formación para enfrentar la carencia de ministros y, aunque muchos sabían la lengua mexicana, no era suficiente para atender la conversión de los indígenas. La falta de preparación les llevaba a cometer sacrilegios y actos contrarios a las órdenes que habían recibido como sacerdotes”.
En 1582, Felipe II emitió una cédula en donde ordenaba la creación de la cátedra de lengua mexicana en el Obispado de Guadalajara, debido a la gran necesidad de preparación de padres que dominaran la lengua. En 1583 se instituyó la cátedra en Guadalajara, a la que sólo concursó el agustino fray Pedro Serrano. Un año más tarde, renunció diciendo que era de poca utilidad porque asistían pocos clérigos. Por lo tanto, quienes tenían a su cargo la predicación más bien necesitaban de un mayor contacto con su comunidad que cátedra: el que quiera aprender la lengua, advertía, “requiere más uso, trato y comunicación con ellos y tiempo, que no reglas ni arte de hablar”.
Queda por saber qué entendían los religiosos por “aprender una lengua”, qué tan “bilingües” en realidad eran. Lo que queda claro de la breve existencia de la primera cátedra de Lengua Mexicana es que la variante de náhuatl de esta región era distinta de la que sabía fray Pedro Serrano y que además, se infiere, asistían pocos estudiantes. Es decir, posiblemente se dio en numerosos casos un dominio oral de la lengua que servía para predicar y confesar, pero es probable que fueran pocos los que lograron competencia comunicativa mayor; en tanto, es frecuente la queja de los obispos por la ignorancia de los miembros del clero regular, hecho que con el tiempo sirvió para argumentar a favor de la secularización de parroquias.
Entre las excepciones estaban el obispo Francisco Gómez de Mendiola, quien también fue oidor de la Audiencia de Guadalajara en la segunda mitad del siglo XVI y hablaba náhuatl, así como Alonso de la Mota y Escobar, quien fue obispo a principios del XVII (hablaba náhuatl y otomí). Pero en realidad es prácticamente nula la información sobre miembros específicos del clero secular que hicieron su labor en alguna lengua indígena.
La “extinción” ordenada
Dictamen de Carlos III
La expansión del dominio de lenguas indígenas entre sacerdotes coincide en el tiempo con el anuncio de lo que en 1770 sería la cédula de Carlos III, que dictamina la “extinción” de las lenguas indígenas de los reinos ubicados en América.
Quienes eran enviados a evangelizar sabían que el tema era más complicado; el Arte de la lengua mexicana según la hablan los indios del Obispado de Guadalajara y de parte de los de Durango y Mechoacán, de fray Joan Guerra, de 1692, debe haberse agotado rápidamente: existen dos copias manuscritas hechas por copistas distintos con un año de diferencia, y sólo cinco antes de que apareciera el Arte, Confesionario y Vocabulario… de Gerónimo Cortés y Zedeño, publicada en Puebla en 1765. Es decir, se siguieron copiando y elaborando gramáticas coloniales y textos de evangelización en lenguas mesoamericanas. Esto debe haber tenido su base en la necesidad de comunicación entre el clero y la población a evangelizar.
Universidad de Guadalajara
Por la documentación, se puede afirmar que hay una constante más o menos prolongada de la enseñanza del náhuatl en Guadalajara, desde fines del siglo XVI hasta la segunda mitad del XVIII. La enseñanza del náhuatl fue en los colegios de las órdenes establecidas en la región; Guadalajara sólo tuvo Universidad a partir de 1792, situación distinta a la de la Ciudad de México, en cuya universidad se impartió cátedra de náhuatl y de otomí por lo menos desde 1640. La enseñanza del mexicano era avalada por la Audiencia de Guadalajara, que era la autoridad de mayor jerarquía en la región y la “portavoz” de la política oficial de la Corona. Entre las cátedras que se debían enseñar en la Real y Literaria Universidad de Guadalajara estaba la de lengua mexicana, según consta en las cartas que envió fray Antonio Alcalde, principal impulsor del proyecto de fundar Universidad en Guadalajara. No obstante, cuando inició actividades, no se incluyó dicha cátedra.
Cuando, en noviembre de 1791, se expide la cédula real que ordena la fundación de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, se estipula también que la cátedra de lengua mexicana del seminario se traslade a la nueva institución. Pero esto no sucedió. Ya en la época independiente, se sabe que en1869 se reabrió la cátedra de lengua mexicana en el Seminario; Agustín de la Rosa fue el catedrático y permaneció con ese puesto hasta 1895. En el siglo XX, debe haber continuado la enseñanza del náhuatl en el Seminario.
Epílogo
A partir de 1974, el profesor Jorge Munguía Martínez impartió clases de náhuatl en la Facultad de Filosofía y Letras, hasta poco antes de su fallecimiento. Lo siguió el maestro Alejandro Contreras Alexanderson, quien estuvo hasta 2008. Ahora, se imparte náhuatl en la Licenciatura en Historia y en la Licenciatura en Antropología, como parte de la currícula académica.
Los esfuerzos de los maestros Munguía y Contreras han tenido frutos en el Hospicio Cabañas, en el Centro Cultural El Centenario, en la casa Museo López Portillo, en el Museo de Arqueología del Instituto Jalisciense de Antropología e Historia y, de manera más reciente, en la Unidad de Apoyo a las Comunidades Indígenas de la UdeG.
Por: Rosa H. Yáñez Rosales, doctora en Lingüística Antropológica y académica de la Universidad de Guadalajara.
La “lengua mexicana”
Requisito del clero
En el siglo XVII, al quedar una vacante en una doctrina o beneficio, que es donde se requerían los servicios de un religioso o un integrante del clero secular, se lanzaba una “convocatoria” para concursantes que debían haber sido examinados en “suficiencia y lengua mexicana, que es la usual y corriente” en la feligresía. Se formaba una terna y el presidente de la Audiencia de Guadalajara seleccionaba a uno de los candidatos.
No es sencillo imaginar la situación en ese momento: por una parte, la predicación del evangelio dirigida a una población hablante de lenguas distintas, cuya disposición para asumir la nueva tradición religiosa no parecía del todo convincente; por otra, las tensiones entre el clero regular, el de las órdenes religiosas, y los integrantes del clero secular, el del obispado.
Con varios tipos de documentos, se puede reconstruir cómo se dio la exigencia a los miembros del clero de saber la lengua indígena y el reconocimiento oficial, digamos, a esa competencia. En el Archivo Histórico de Jalisco se localizaron seis “Títulos de catedrático en lengua mexicana” a partir de 1684. En el título se reproducen tres cédulas reales: una de 1582, emitida por Felipe II, en donde se refiere la existencia de una cátedra de la “lengua general de los indios” en la universidad fundada en Lima, la ciudad de los Reyes, como parte de las cátedras; una más, del 14 diciembre de 1672, presenta lineamientos generales sobre los candidatos: deberían ser personas “prácticas” en la lengua de los indios, pues, “si les falta esta calidad, importa poco que sean eminentes en las demás”. En la tercera cédula, del 31 de diciembre de 1672 (pocos días después que la anterior), se establece que se pagarán 200 pesos de oro común al año para la dotación de la cátedra en la ciudad de Guadalajara.
Sobre cómo impartía el catedrático, la información es escueta: se trataba de leer y enseñar la lengua “ordinariamente una hora cada día de los que no fuesen de fiesta o feriados… de 10:00 a 11:00 de la mañana en el Colegio Real de el (sic) Señor San Joseph”. La toma de posesión como catedrático consistía en “leer y explicar” a los colegiales el “arte de la lengua mexicana”.
Además se han localizado tres certificaciones, todas de 1694, de aspirantes a ocupar una doctrina o beneficio, quienes tomaban el examen con los franciscanos de la Provincia de Santiago de Jalisco y luego acudían a la Audiencia para que “certificara” la validez del examen. La certificación indicaba que el examen en lengua náhuatl había sido aprobado; no se sabe si era oral, escrito, dictado, lectocomprensión, traducción o alguna otra modalidad.
Existe otro tipo de documentos que es el “nombramiento” de padres que iban a hacerse cargo de una doctrina, si estaba en poder de los franciscanos, o de un beneficio, si estaba en poder ya del clero. Los candidatos, igualmente, debían haber aprobado el examen de lengua mexicana.
Si bien se trata de un requisito que parece meramente burocrático y que no es un indicador de lo que ocurría en la comunicación cotidiana, con las respectivas reservas, se observa la extensión que tuvo el náhuatl durante la época colonial, pues era utilizado en poblaciones que tenían hablantes de una lengua distinta, como el caso de Huaxicori, población tepehuán, o San Sebastián del Venado, población wixarika.
Como sea, la existencia de los nombramientos nos permite saber de un aspecto de la política lingüística de utilización del náhuatl con fines de evangelización: son el tipo de documento más numeroso localizado en los Libros de Gobierno de la Real Audiencia de Guadalajara.
El periodo en que aparecen los nombramientos va de 1671 a 1755, mientras que la zona cubierta por los nombramientos es bastante amplia. Si se hiciera un recorrido Norte-Sur a partir de los puntos más periféricos, se podría iniciar en la villa de Culiacán en el Noroeste y seguir hacia el Sur, pasando por Acaponeta, Guainamota, Huaxicori, Centicpac, Itzcuintla, Xalisco, Aguacatlán, Amatlán y San Pedro Analco. Si se hace otro recorrido desde el punto más Nororiental hacia Guadalajara, en el Sur, se iniciaría en el Real de Minas de Pánuco pasando hacia Sierra de Pinos, Mazapil, Guazamota, San Luis Potosí, Nochistlán, Jalpa, Huajimic, Colotlán, Teúl, Tlacotan, Jalostotitlán, Teocaltiche, Tepatitlán, Tzalatitán, Ocotlán y Tlajomulco, los cuatro últimos en las cercanías de Guadalajara. Tal extensión también sugiere la vigencia de una política que se mantuvo en el Obispado de Guadalajara hasta 1752, aproximadamente; a partir de ese año, los nombramientos tienen por objeto sustituir a un fraile por un bachiller, esto es, un integrante del clero secular.
Todos los casos que son sustituciones ya no presentan el requisito de haber sido examinados y aprobados en la lengua mexicana. La secularización de parroquias está teniendo lugar y, si bien las fuentes no indican que ser religioso, franciscano o de otra orden garantizaba el conocimiento de la lengua indígena y ser del clero secular implicaba la castellanización, sí hubo una tendencia en tal sentido.