Tejedoras de lazos, de
México para el mundo
La dignificación del papel de la mujer y del arte
popular conviven en la propuesta de la artista para la feria mundial
Participar en la Expo Universal de Dubái
interviniendo el Pabellón
de México, además de ser un gran honor como artista
contemporánea, me pareció una gran oportunidad, no solo porque se me ofrecía la
fachada de nuestro país en ese gran evento internacional, sino porque me
correspondía representar a las mujeres de mi país y del mundo en este momento
en que, increíblemente y a pesar de grandes luchadoras, la violencia de género
sigue agudizándose.
Me parecía importante
dignificar el papel de las mujeres en la construcción y preservación de las
culturas y en el tejido de todas las historias con mayúsculas. Como portadora
de una cultura tan rica e importante, también me parecía necesario proponer una
colaboración con maestros del arte popular: ya que he trabajado con ellos desde
hace más de 20 años y su trabajo, lo considero el patrimonio intangible más
importante de nuestro país.
Primero era fundamental encontrar el material y el gesto. Realizar una
pieza con raíces tradicionales, pero como creación conceptual y contemporánea.
Empecé con la investigación de diferentes tipos de textiles mexicanos y de
pronto ¡la sorpresa!, el encuentro de ese gran tejido hecho por mujeres que
envolviendo un pueblo con sus manos ganaron el premio Guinness por el más
grande tejido cubriente en el mundo.
Empezó siendo un manojo
de mujeres de Etzatlán, en la Región Valles de Jalisco, hace 6 años. Viejo
pueblo minero donde ahora sus mujeres se han hecho visibles a través de su
trabajo, su fuerza y su voluntad. Encontrar una comunidad de mujeres tejedoras
dispuestas a colaborar conmigo sería un gran viaje, una gran experiencia y un
gran aprendizaje.
Trabajar con ellas y con
otros cuatro talleres de artesanos para llegar a un país tan lejano, llenaría
toda la obra de generosidad y color, le daría una textura y una calidez que
sólo el trabajo manual puede lograr. Esas mujeres se entrelazarían con mi
proyecto para llevar una pequeña muestra de todo lo que el arte popular, como
parte de culturas aún vivas, nos aporta, en acompañamiento y consuelo durante
los momentos difíciles y como regocijo y emoción en cada una de las
innumerables celebraciones que calendarizan nuestra existencia.
Pensando en todos los
duelos del mundo durante la pandemia y por los recientes desastres naturales
que se han vivido, no veía una mejor manera de pensar en algo capaz de dar
aliento. En la grave crisis ecológica que estamos viviendo recordaría con
tejidos, papeles y flores, la necesidad de recuperar la armonía con la
naturaleza, a través de los valores de las culturas primigenias de México.
La flor y la mariposa
serían los dos grandes íconos que me servirían para evocar al mundo de lo
simbólico y de lo real, del pasado y del presente, íconos de la naturaleza y de
la historia, de la cultura y del arte de nuestro país. Creo firmemente que sólo
a través de una mirada interdisciplinar en consonancia con la cultura y el arte
se podrá lograr una nueva conciencia que nos lleve a la profunda sanación que
necesita el mundo entero.
El tejido de los lazos
En Etzatlán, todo empezó
con dos mujeres de una familia –Paloma y Lorena Ron–, madre e hija que,
viviendo sus duelos, contagiaron a todos sus familiares y poco a poco a una
comunidad. Dos pérdidas que las llevaron a recordar tejiendo y a descubrir que,
haciéndolo juntas, materializaban su historia en el acto de tejer; una
capacidad solitaria, que crece al volverse colectiva.
El tejido de una familia,
de un pueblo, de una cultura que se convierte en el imaginario femenino que
sostiene, cubre y protege el edificio. La tradición, la historia y la cultura
que se transmiten a través de la memoria punto por punto. Con nudos y urdimbres
y sus agujas, buscamos geometría: estrellas y flores que se entretejen hasta el
infinito. Más que pensar en la espera, pensé en Ulises como el héroe que
sobrevive sólo porque es recordado por Penélope. Tejer es recordar, regresar al
tiempo del adiós, del encuentro, del sitio, de la identidad. Penélope aquí es
la heroína colectiva, la que hace del tejido, el texto de la historia, el canal
por el que se transmitan colectivamente ellas mismas con sus historias.
El tejido social
simbolizado por esos lazos tejidos por casi 100 mujeres de todas las edades que
me enseñaron como hacen de su aguja un arma de la imaginación y de la paz, para
su comunidad, pero también para el mundo. Un arma que combate en realidad la
muerte y el olvido. Tejen con orden y paciencia un manto simbólico que cubra y
abrigue al mundo de todo lo que rompe, mata o contamina. Un tejido para que el
pabellón de México abra con una trama de cultura entrelazada: de tradición,
pero al mismo tiempo de arte contemporáneo, de memoria, pero de presente y
esperanza en el futuro. Una obra con la que se rodeará todo el pabellón de
manos de mujeres lanzando largos lazos en todas direcciones.
Tejidos en líneas de
color con las que tracé una estrella, una figura centrífuga, una geometría de
hexágonos, una gran telaraña expansiva que da vueltas y simboliza el sentido
circular del universo; un tejido escrito con flores. Porque México es un país
de flores; somos el tercer país cultivador de plantas ornamentales, con 22 mil
700 hectáreas de horticultura y sólo se exporta el 10 por ciento lo que nos
convierte en uno de los pueblos que más consume flores, acción que habla de la
generosidad como parte fundamental de nuestra cultura.
En México, los dioses,
las personas, las fiestas y los ritos se nutren con flores desde nuestros
ancestros; la cultura de las flores se canta, se reza, se pinta y se teje. Las
flores nos visten, nos cobijan, nos apapachan, nos regalan y nos enamoran. Son
ingrediente de coloridos platillos, son energía y calidez de mesas y jardines.
México tiene una flor como gran símbolo cósmico, ícono simétrico y simple: el
quincunce. Para el mundo prehispánico es el universo, el cosmos y el mundo
mismo. Una flor de cuatro pétalos, sintética, pero polifacética y compleja en
sus significados; aparece coronando figurillas de Teotihuacán, cuevas de la
Pirámide del Sol y en muchos otros lugares sacros. Es oráculo y punto de
llegada de peregrinos, principio de la movilidad en culturas migrantes y
mestizas, es símbolo fundacional de lo sacro y de lo urbano en el dios azteca
Xochipilli: es síntesis del cosmos y de la naturaleza en la Ciudad de los
dioses.
La flor en el México
antiguo representa la vida, la muerte, los dioses, la creación, el hombre, el
lenguaje, el canto, el arte, la amistad, el señorío, el cielo, la tierra y
también el tiempo, ya que es también, signo calendárico.
Esta flor cuadripétala
llamada quincunce, es un signo cosmogónico donde la cruz enlaza las cuatro
direcciones y contiene en el centro un quinto rumbo, el circular, que es
principio de la cosmogonía y pensamiento cíclico del mundo indígena hasta
nuestros días.
Cientos de quincunces en
serigrafía fueron impresos en cada hexágono del tejido del pabellón. En cada
estrella está sellada un quincunce. Así, las flores y las estrellas tejidas
entre sí, dan la bienvenida a cada visitante con el mensaje tejido y el símbolo
cuya traducción más idónea es “poesía” flor y canto.
Fuente: El Heraldo de México