Arroyo
el Chacuaco
En el cerro Piedras de Lumbre, en su costado Sur, unos
hilos de agua se van uniendo al bajar un pliegue, para formar el fabuloso
Arroyo el Chacuaco.
El cerro se eleva a unos 2,000 metros, el arroyo surge
cerca de Los Timbres, como a los 1,800 metros, y se contonea acorde a su
cañada, al bajar a los 1,400 llega al plan de la hacienda San Sebastián. Al
acercarse al casco, lo engruesa el arroyo Corta Pico, para luego seguir
serpenteando el plan, cubierto por caña, y después de varios potreros desemboca
en la represa de Coatepec. De la estancia de gambusinos, llamada El Amparo,
regresamos para Etzatlán, al bajar la sierra nos detuvimos a mirar el arroyo
Santa Clara, arroyo que cautivó a los naturales a coexistir. Phil C. Weigand
clasificó una impresión de arcilla del “sector de Santa Clara del antiguo sitio
de Etzatlán, que tiene posible información toponímica”.
También identifico aledaña al arroyo una “estructura
circular y tumba de tiro”, una plataforma habitación y unos pozos de cocina.
Roberto González Romero refirió: “Cuando los españoles penetraron por la región
en el año de 1525, se encontraron el pueblo habitado por varias tribus
indígenas que se habían asentado en el lugar desde la peregrinación de las
tribus de Aztlán, que procedían del Norte de América. Las tribus establecidas
en Etzatlán, eran desprendimientos de los toltecas y los aztecas y se quedaron
aquí atraídos por la fertilidad y riqueza de sus tierras, por la abundancia de
cobre y los beneficios y ventajas que les proporcionaba la Gran Laguna de la
Magdalena, desecada en el año de 1932 y que a fines del XIX llegaba a un
kilómetro del pueblo”.
De Etzatlán nos encaminamos rumbo a San Sebastián, en 1825,
Victoriano Roa citó: “Quinto Cantón, Etzatlán. En el distrito de la capital
están ubicadas las haciendas siguientes: Santa María, San José, Guadalupe,
Aguacero, San Felipe, Zapatero, San Sebastián, San Pedro, Santa Cruz y Ayones,
con 9 ranchos”. Pasamos Las Fuentes y después Agua Zarca, enseguida de Los
Fresnos, llegamos a una bifurcación, a la izquierda conducía a San Sebastián y
derecho a Santa Rosalía, nos seguimos derecho para admirar el arroyo El
Chacuaco, que zigzagueaba con garbo entre paredones de más de un metro de
altura, bordeados por cañaverales, unos sauces embellecían el cauce. Volvimos
al crucero para seguir el camino a San Sebastián y a un corto tramo encontramos
el bonito arroyo, girando entre sauces y un alto paredón, de unos tres metros
de altura.
Caminamos por una vera, arroyo arriba, hasta llegar a un
sauce, donde percibimos su frescura, su color ocre contrastaba con los diversos
follajes y tonos verdes.
Posteriormente visitamos la maravillosa hacienda, la casa chica,
con un portal delimitado por cinco arcos en medio punto, soportados por
capiteles dóricos y columnas redondas, el arco central obedece a su alta
puerta. Por remate, un frontón triangular, a los costados, dos ventanas
verticales con forja, y una cruz en su remate. La casa grande, con tres
portales, que forman con gracia dos escuadras. El portal principal lo
comprenden diez arcos dóricos en medio punto, sobre columnas redondas, el sexto
arco corresponde con la puerta del zaguán, tres grandes ventanas verticales
miran al portal.
En el costado derecho observamos la preciosa capilla, con
puerta arqueada y rematada por un frontón triangular, con una ventana por lado,
vertical y arqueada, sobre la cornisa,
una balaustrada con almenas, del lado derecho se levantó una bizarra
espadaña, de dos cuerpos, el primero con tres vanos arqueados y uno en el
segundo, con un vano circular por costado y uno arriba, abrazado por una
cornisa semicircular con almenas y en la cresta, una basa con cruz. Al salir de
la finca, nos cautivó la presa aledaña, delimitada por palmeras, mangos,
aguacates, fresnos y sauces, los follajes se reflejaban en el quieto espejo. En
el porfiriato, la hacienda era de Manuel Fernández del Valle y comprendía 25
mil 307 hectáreas.
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