Eduardo Reyes se acerca al perímetro de alambre de púas del
rancho Izaguirre con las manos temblorosas, no por la edad, sino por el
remordimiento. “Nunca lo busqué”, repite como un mantra venenoso.
Durante siete años, mensajes anónimos al WhatsApp le
aseguraron que su hijo Rubén estaba “bien” con sus captores y le advirtieron
que no lo buscara más. Las amenazas llegaban desde números desconocidos que se
autodestruían de inmediato. “Me aterrorizaba”, confiesa, mirando hacia las
fosas donde otros padres intentan desterrar la verdad que él no se atrevió a
enfrentar. Su nuera, más valiente o más desesperada, cree reconocer entre las
fotos de evidencias unos tenis pegados con carbonato: los mismos que Rubén
calzaba la última vez que lo vio con vida en Etzatlán.
En este paisaje de desolación, las corporaciones de
seguridad, que en septiembre abandonaron el rancho, ahora actúan como cómplices
de un guion macabro. Guardia Nacional, policías estatales y forenses de la FGR
custodian el predio con la eficacia de quienes protegen secretos, no verdades.
“No son hornos”, insisten las autoridades, más preocupadas por debatir
semántica que por enfrentar el monstruo alimentado por el silencio y la
indiferencia. Pero los hornos —llamémoslos “barbacoyeros” o “artefactos prehispánicos”—
no son lo más aterrador. Lo espantoso son las más de 15 mil desapariciones en
Jalisco.

Mientras funcionarios federales hablan de “avances en
colaboración interinstitucional”, familias como la de Eduardo Reyes siguen
reconociendo tenis pegados con carbonato entre montañas de zapatos mugrosos,
botas con agujeros y huaraches descosidos. Izaguirre es México: un país donde
la esperanza se reduce a identificar prendas de vestir en bolsas de plástico,
mientras los gobiernos, en lugar de apagar el fuego, se dedican a debatir cómo
nombrar las cenizas. Las desapariciones no son cifras: son un mapa de
impunidad. Y cada vez que un funcionario corrige “no son hornos”, se delata. Al
final, ni los informes forenses ni los titulares efímeros devolverán a los desaparecidos.
Solo quedarán las suelas rotas de menos de 200 zapatos
—insiste la policía en minimizar el número—, mientras hay más de 124 mil
personas sin paradero, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas
Desaparecidas.
Fuente: Milenio Jalisco / Alejandro Sánchez.
Al rancho Izaguirre, situado en Teuchitlán, Jalisco, donde se denunció que
se llevaron a cabo tareas de reclutamiento forzado e inhumación clandestina,
este domingo llegaron dos familias, cada una en busca de dos de sus integrantes
desaparecidos. Solicitaron, sin éxito, que les permitieran ingresar para ver si
la indumentaria en este lugar correspondía a la de sus familiares. El personal
de seguridad que resguarda el sitio tampoco les brindó información sobre dónde
o quién podría atenderlos.
La señora María Luz Ruiz Gutiérrez busca a su hijo Elías Sánchez Ruiz, quien
ha estado desaparecido desde el 14 de enero de 2013, a la edad de 32 años, y
trabajaba en los campos de siembra y cosecha de mezcal. Indicó que tiene
"la corazonada" de que Elías está en este lugar. En el momento de su
desaparición, vestía un pantalón azul, una playera verde, una chamarra de
colores gris y anaranjado, y zapatos amarillos de trabajo. Relató que está
decidida a encontrar a su hijo y ha ido a la fiscalía, pero no ha tenido
novedades sobre la investigación.
Dijo que "no le entiende mucho al celular" y pidió ver la
indumentaria de forma directa, en lugar de en fotos.?
"Es que todo está hecho un montón y no puedo detectar nada. No hay cómo
mover las cosas para encontrarlas; es como buscar una aguja en un pajar, que
nunca lo voy a encontrar, pero sé que aquí va a estar, hecho mil pedazos. Lo
voy a encontrar, ya se lo comieron, ya qué", manifestó María Luz.
Eduardo, la actual pareja de María Luz, también busca a su hijo Rubén
Eduardo Reyes Ávila, desaparecido a los 22 años. Él trabajaba en la extracción
de mezcal.
Ambos son de San Juanito de Escobedo, ubicado en la región Valles de
Jalisco, donde los habitantes estiman que cerca de 30 personas están
desaparecidas.
El padre de Rubén indicó que su hijo se dedicaba a trabajar en una empresa
agrícola productora de chile morrón, así como en el campo, realizando tareas
como esparcir fertilizante. Relató que su hijo fue arrebatado en una
gasolinera, lo subieron a una camioneta y se dirigieron hacia San Marcos.
Luego, vieron el auto circular.
El progenitor de Rubén Eduardo señaló que recibió amenazas y acoso durante
un año por parte de personas que afirmaban conocer el paradero de su hijo.
Manifestó que en llamadas telefónicas le dijeron que estaba a salvo, pero que
no lo buscara.
Lamentó no haber emprendido acciones legales, como solicitar la ficha de
búsqueda y presentar una denuncia penal, y compartió que se siente culpable por
no haber buscado activamente a su hijo debido al miedo y las amenazas
recibidas. Se siente "orgulloso" de su pareja, ya que ella ha buscado
de forma incansable a su hijo.
Ahora, la pareja de Lalo identificó un par de zapatillas marca Nike entre
las imágenes de los zapatos localizados en el rancho. Eduardo espera que las
autoridades busquen a su hijo, "aunque tengan que buscar bajo las rocas, y
que le den una respuesta a la familia, independientemente de si su hijo está
vivo o muerto". Desea que las autoridades "pongan fin al infierno que
viven".
Fuente: Proceso / Elizabeth Rivera Avelar