Daniel Rodríguez nació hace 32 años en Etzatlán, Jalisco, aunque él se siente de Tonalá pues desde los cinco años se fue a vivir al pueblo alfarero. Desde pequeño tuvo la ilusión de llegar a ser sacerdote y tener la posibilidad de transmitir el Evangelio entre la gente, además de resaltar los valores que “hoy en día tanta falta nos hacen”, asegura.
Decidió tomar los hábitos religiosos por medio de la congregación de los Paulinos, la cual se caracteriza por el constante roce que mantienen con los medios de comunicación. A éstos los toman como plataforma para difundir la palabra de Dios y lo hacen mediante medios de comunicación como periódicos y folletos que reparten entre los fieles.
El pasado 10 de diciembre ofreció una misa muy especial para sus colegas de profesión… los payasos. Así es, los payasos. Aquella noche bajo la sotana del purpurado se asomaban un par de coloridos zapatos. Pues aparte de dedicarse a Dios, se encarga de llevar sonrisas a los niños bajo el nombre artístico de Danielín.
Esa noche durante la celebración del Día Internacional del Payaso, el padre Danielín se puso la emblemática nariz roja para unirse a sus compañeros en la oración dedicada a esos coloridos personajes que se encargan de pintar sonrisas en la gente.
En la secundaria nació su gusto por la actuación y junto a sus compañeros creo un grupo de teatro, que obtuvo una beca por parte del Centro de Autores y de Actores de Occidente presidido por la actriz Ofelia Cano.
Daniel Rodríguez aún caracterizado como Danielín, con maquillaje e indumentaria incluidos, comenta que “Los Paulinos tenemos como carisma, la inquietud de evangelización a través de la diversión”.
Para unir vocaciones, el payaso Danielín durante sus presentaciones inculca valores a los niños y canta canciones con la cuales estimula el aprendizaje. Las piezas musicales son de propia autoría.
Después de cada show, acostumbra desmaquillarse para dar la cara como el sacerdote Daniel Rodríguez. Asegura que esto no limita su parte artística y por el contrario enriquece su espíritu diosesano. De esta forma obtiene el balance perfecto entre un discípulo de Dios y un artista por convicción.
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