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26 septiembre 2015

Afectan pesticidas a pobladores de Tala 26/SEP/15

Las parcelas de la muerte
El estado de Jalisco encabeza la producción nacional de al menos 15 alimentos, en cuyo cultivo se emplean pesticidas prohibidos en casi todo el mundo por estar asociados con la alta incidencia de cáncer. Por esa razón, la organización internacional Greenpeace e investigadores del IMSS y de la U. de G. proponen mejorar el marco regulatorio de esas sustancias e informar bien a los campesinos de sus riesgos. Pero aclaran que los agrotóxicos también dañan al consumidor y al medio ambiente.
Foto Rafael del Rio
GUADALAJARA, Jal. (Proceso Jalisco).- El 80% de los agricultores del estado emplean plaguicidas prohibidos en varios países por su toxicidad y su posible relación con el cáncer, advierten investigadores y la organización ecologista internacional Greenpeace.
En 2002 la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) publicó el primer Diagnóstico Nacional de Salud Ambiental y Ocupacional, donde informó que las intoxicaciones graves aumentaron 300%, al pasar de mil 576 en 1993 a 7 mil 32 casos en 1996.
Entre 2005 y 2010 se atendieron 3 mil pacientes por año. Las entidades con mayor número de casos de intoxicación aguda por agroquímicos son Nayarit, Jalisco, Sinaloa y Chiapas.
Jalisco tiene un millón y medio de hectáreas sembradas, y aunque su distribución es homogénea destacan los municipios de Tomatlán, Puerto Vallarta y Cuautitlán de Barragán. Se cultivan 115 alimentos y es el primer productor nacional de 15, entre ellos chía, jitomate, lima, frambuesa, agave, hongos, maíz y garbanzo forrajero. El valor de la producción agrícola estatal es de alrededor de 25 millones de pesos anuales, equivalentes al 10% del PIB agropecuario nacional.
La doctora Ruth de Celis Carrillo, investigadora de la División de Inmunología, laboratorio de Patología Ambiental del Centro de Investigación Biomédica de Occidente (CIBO) del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), señala que las estadísticas demuestran que desde hace dos décadas se ha elevado la incidencia de cáncer por plaguicidas.
Con un grupo de alumnos de maestría y doctorado, la investigadora realizó en el municipio de Tala un estudio para conocer los efectos de esos productos químicos en la población.
En la región Valles de Tala, a 50 kilómetros de Guadalajara, está uno de los tres ingenios más grandes del país, con aproximadamente 22 mil hectáreas de caña de azúcar.
Con los datos de la Secretaría de Salud Jalisco y el IMSS sobre la población de Tala, De Celis detectó que ésta, en comparación con habitantes de regiones aledañas, padece “una incidencia más alta de leucemias, de intoxicaciones agudas altas, y cáncer de piel asociado con el uso de pesticidas”.
En ese estudio, que comenzó en 2010 y está por publicarse, la investigadora encontró familias que viven en medio de campos de cultivos de caña y zonas que aún se fumigan con avioneta:
“Hacen una dispersión uniforme de los pesticidas que se deposita en las casas. Los pesticidas son sustancias oleosas que se impregnan en cualquier superficie y permanecen ahí por periodos muy largos. Se les encuentra en los ladrillos, en las paredes, en las tejas: aunque no huela a ellos, están ahí.”
Añade que los más afectados son los niños y adolescentes, a quienes los químicos vuelven propensos a la leucemia y cáncer de tiroides, respectivamente. La enfermedad, explica la doctora De Celis, puede desarrollarse por vivir en “una región tóxica” o si el papá es trabajador agrícola y frecuentemente guarda los pesticidas en su hogar.
Después de los menores, las más vulnerables a estas sustancias son las mujeres, que no se pueden embarazar o sufren abortos “espontáneos”. Si quedan grávidas corren el riesgo de que el feto presente malformaciones, algunas “incompatibles con la vida”.
La exposición a los pesticidas de estos dos grupos también se atribuye a que trabajan sin el equipo adecuado. En el caso de las mujeres, se suma el factor de lavar sin protección la ropa contaminada de su esposo o sus hijos.
La investigadora del CIBO indica que la mayoría de los campesinos desconoce las consecuencias del uso de pesticidas sin el equipo adecuado. “Hemos encontrado que a los campesinos les compran el equipo de protección pero no lo usan, o el patrón no lo compra, o lo tienen en malas condiciones. Deberían estar conscientes de la necesidad de usarlos”.
Cancerígenos
Esteban Jiménez, de 78 años, es un campesino de Santa Cruz de la Soledad, delegación de Chapala, y padece cáncer de próstata. A los 12 años empezó a trabajar en los campos de maíz, jitomate y chícharos. Nunca utilizó equipo protector.
“Cuando estábamos chicos no había plagas. Después, cuando estaba casado, empezó la plaga. Tenía yo como 23 años. La combatíamos con un insecticida que se llama parametox 120.. Después, como no la podíamos combatir, usamos el parametox 150, más fuerte. En las últimas plantaciones que anduve trabajando se usó el insecticida que le llamamos fulidor.”
Ahora, consciente del daño que provocan los pesticidas, Jiménez comenta: “Hasta eso, éramos bien brutos para manejar eso (los químicos). Y sí se recomendaba en el instructivo, decía que se tapara uno; y uno pensaba: ¡ah, ni hace nada esa tarugada! Y así lo tirábamos. Ya últimamente se descubrió que hace daño y que resultan enfermedades como el cáncer”.
Indica que cuando todavía sembraba seis hectáreas, sólo aplicaba dos veces al año el glisofato conocido comercialmente como faena. En esa labor estaba en contacto con el plaguicida un promedio de nueve horas continuas.
“Ahora lo aplican casi diario. Por eso decía en el papel que debe uno tener cuidado si traes la mochila, así se le llama a la bomba que traemos colgada, y si no se tiene cuidado de que no se derrame le cae a uno en la espalda. Siempre debes de traer algún plástico para que caiga sobre el plástico, pero muchos dice que para qué, si se siente remucho calor y que así mejor, pero no saben el resultado después”, dice el entrevistado.
El 10% del total de la industria química del estado y 3.70% de la producción de agroquímicos del país se fabrican en Jalisco.
El doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Departamento de Ciencias Ambientales, en el Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias (CUCBA) de la Universidad de Guadalajara, Arturo Curiel Ballesteros, indica que estudios internacionales vinculan el uso de plaguicidas con 12 tipos de cáncer, sobre todo de pulmón, de páncreas, de colon, de recto, de vejiga, de cerebro, leucemia, melanoma, linfomas H y NH, y mielomas.
Detalla que se encontró una relación específica del glisofato –que en el estado se usa para cualquier cultivo– con los linfomas NH. De hecho, el glisofato, el diazinon y el malathion fueron recategorizados el pasado 20 de marzo como “probable cancerígeno para humanos” por la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud.
Curiel Ballesteros lamenta que si bien “algunos insecticidas se prohíben, su regulación queda en letra muerta. Por ejemplo, en Guadalajara, en los alrededores del mercado de Abastos puedes conseguir casi cualquier plaguicida, incluso el DDT, prohibido en todo el mundo. Es una comercialización clandestina”.
Afirma que los campesinos tienen una doble exposición a los pesticidas: “El agricultor recibe el impacto de la toxicidad del compuesto químico, más el impacto de calor. Eso lo hace que tenga una mayor exposición a los plaguicidas y éstos un efecto más fuerte”.
Coincide en sumar a esto factores como la frecuencia de la fumigación, la vestimenta inadecuada, la velocidad de los vientos y diversas formas de llevar el tóxico a las viviendas.
–¿Hace falta legislar más en la materia? –se le pregunta.
–Si vamos hablar de políticas públicas, la primera medida es la información y la educación. Las personas que hacen las aspersiones o que llevan esas exposiciones a sus casas no tienen una educación sobre el riesgo que representan estas sustancias. Los herbicidas y los insecticidas son la tecnología que más usan los agricultores en Jalisco, más que los tractores.
Es el caso de Josefina Castellanos Álvarez, quien comenzó a trabajar en los campos de Santa Cruz de la Soledad cuando tenía cinco años. Hoy tiene 45 y ya sobrevivió al cáncer de seno, pero vive con el temor de que reaparezca.
“Yo ayudaba a mi abuelito desde los cinco años a preparar la tierra y a sembrar. Me tocó usar insecticidas… bueno, todavía”, precisa.
“Antes usábamos un paño en la cara –continúa–, ahora un cubrebocas, pero sí siento la reacción del fumigante. Tengo dolor de cabeza, me duele el seno, tengo náuseas, vómito y alergias en la piel; se enroncha uno como cuando sale sarampión y da comezón. Y en la piel, sobre todo de la cara, me salen machas grandes y negras.”
Menciona que, además de aplicar fumigantes como tordon y glisofato a los cultivos, los prepara: “En las etiquetas de los envases viene que uno se debe de proteger la piel y los ojos, porque cuando te cae se hace como una infección, y tienes que lavarte con agua, pero en el campo hay veces que no hay agua limpia, sólo la del canal, que está sucia y te infecta más”.
La mujer admite que ha pensado en dedicarse a otra actividad para evitar el contacto con los insecticidas, pero aún es difícil: “Mi mamá me enseñó a trabajar en el campo y tengo que sobrevivir”.
Dice que por fortuna le detectaron a tiempo el cáncer de mama: “Un becerro me dio una patada en el seno, me creció muy grande. Los médicos estudiaron mi caso y me lo detectaron oportunamente. Estuve 10 años en quimioterapia y todavía me hago estudios para estar pendiente de que no regrese”.
El miedo obedece a que también enfermaron de cáncer sus padres y un tío, quienes como ella se dedicaban a las labores del campo.
Vulnerabilidad
En el informe La mancha en tu comida, elaborado por Sandra Lazo, que Greenpeace difundió en su página de internet el pasado martes 1, se argumenta que la legislación sobre el control de plaguicidas se aboca a proteger a los seres humanos de los riesgos de exposición.
“Lo anterior ha impuesto que la autorización (para usar pesticidas) se base en aspectos sanitarios, dejando de lado otros aspectos, por ejemplo los ambientales. Por si fuera poco, la autorización de uso para las sustancias químicas no tiene vigencia y la regulación no es muy clara sobre los procedimientos administrativos y de vigilancia, por lo que se genera discrecionalidad en el otorgamiento de los permisos.”
Agrega que en México “aún no se cuenta con un marco regulatorio y no se han implementado Límites Máximos Permitidos (LMP) de plaguicidas en sitios y acuíferos contaminados, y sólo se ha propuesto adoptar como referencias los LMP de Estados Unidos y Canadá sin que ello sea de observancia obligatoria”.
Además, considera “preocupante, a nivel nacional, que la venta de plaguicidas sea de libre acceso, sin limitaciones de compra de los productos ni de cantidades, incluso para aquellos compuestos que están clasificados como altamente peligrosos por sus efectos ecotóxicos, cancerígenos, mutagénicos, teratogénicos o perturbadores endócrinos”.
En el reporte mencionado se explica que la agricultura industrial, y específicamente el uso de agrotóxicos, minan la salud de los agricultores, de sus familias y de los consumidores de los productos, aparte de amenazar a los ecosistemas.
“Desde hace poco más de una década –puntualiza la autora del informe–, el Catálogo Oficial de Plaguicidas autorizados en México por parte de la Cofepris no ha sido revisado y mucho menos actualizado para cancelar el uso de sustancias altamente peligrosas, algunas de las cuales ya han sido prohibidas en otras partes del mundo pero en nuestro país continúan autorizadas.”
Entre otras demandas, Greenpeace pide que se deje de distribuir los productos altamente tóxicos, incluyendo el glisofato y los 29 agrotóxicos prohibidos en otros países, y se incorporen al marco normativo los LMP de agroquímicos en alimentos, cuerpos de agua y suelo.
Asimismo, solicita limitar la venta de productos químicos a través de mecanismos de certificación y permisos para los aplicadores, así como mejorar las condiciones laborales, de salud y educación de los campesinos.
En tanto, Curiel Ballesteros considera que, si al consumidor se le informa en qué cultivos se usaron plaguicidas, puede afrontar mejor el riesgo de adquirirlos, ya que pudieran traer o no residuos.
Lamenta: “Mucha gente se va más por el precio que por la calidad (al comprar productos del campo). Regularmente el que tiene menor precio es el que no pueden colocar en los mercados internacionales y a veces la causa es que no tiene las características de inocuidad deseables”.
Y subraya que los jornaleros y los agricultores no sólo son los más afectados por tener contacto directo con los pesticidas sino también por “ser uno de los sectores más desprotegidos en términos de seguridad social y laboral”.
Por su parte, la doctora De Celis explica que “hay controladores de plagas orgánicos. Son más lentos, a veces no tan eficaces, pero es lo que se debe de hacer. El control biológico es por medio de hongos, bacterias e insectos que ayuden a contrarrestar las plagas. Son opciones inocuas tanto para el trabajador del campo como para el consumidor”.
Recuerda que “los productos orgánicos tienen más nutrientes, minerales, fibra, vitaminas, ácidos grasos… y no perjudican la salud. Además, debemos tener presente que los pesticidas no son buenos para ellos (los agricultores) ni para nosotros como consumidores, ni para la tierra; la están modificando constantemente, se empobrece”.

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