Con la facilidad de quien saca un disco compacto o unos lentes de sol, el guía de turistas saca una antigua cabeza indígena de barro pintado de la guantera del auto. Resaltan nítidos los ojos achinados y la nariz respingada. “500 pesos por ella, es original”.
Desde que se abrió al público el sitio arqueológico Guachimontones (“Lugar de guajes”), restaurantes y tiendas de artesanías empezaron a abrirse en Teuchitlán, Jalisco, que recibe entre 14 y 16 mil visitantes al mes.
El sitio fue descubierto en 1965 por la maestra Acelia García, pero fue hasta 1999 que el arqueólogo Phil Weigand obtuvo permiso del INAH para excavar el centro ceremonial de 87 hectáreas con forma circular. En 40 años de investigación, Weigand ha localizado más de 2 mil 200 sitios arqueológicos en la región. Ha sido testigo de múltiples saqueos, no sólo por acción de los buscadores de piezas, sino por la expansión urbana, la agricultura mecanizada, la construcción de fraccionamientos y carreteras.
“He hecho, como trabajo inútil, docenas y docenas de denuncias entregadas al INAH y otras instancias gubernamentales… El saqueo se realiza en todos los niveles de la sociedad, desde gente del mismo gobierno, constructores públicos y privados, campesinos, maestros y, obviamente, por la mafia organizada”, opina el investigador estadounidense de El Colegio de Michoacán.
Repartido en ejidos desolados que aún conservan recuerdos de la Revolución y la época de las grandes haciendas, Teuchitlán no tiene los grandes monumentos de Monte Albán, Chichén Itzá o Palenque. El municipio ha estado habitado desde antes de la llegada de los españoles y sus campesinos saben que hay objetos enterrados más valiosos que los sembradíos de maíz y caña.
José lo niega, defiende su oficio de pescador, pero todos en el pueblo de adobe y monte que es La Estanzuela saben que, para dar con tumbas, José es el bueno.
—¿Encuentra muchas piezas?
—Pues sí, le soy honesto, sí me he encontrado algunas, pero de vender, no he vendido nada.
—¿Qué le gusta de buscar piezas?
—La emoción, que quita uno las tapaderas y a ver qué es… Están las calaveritas todavía y aparte anda uno muy hondo… nunca me ha sorprendido (el velador) escarbando… las cosas que me he encontrado me las he encontrado trabajando, y ya adrede también.
—¿Cuándo fue la última vez que se topó con algo?
—Hace como seis meses, eran tres piececitas, pero me he topado con unas grandes, las que estaban en el museo (Oaxicar en Etzatlán) yo las saqué. Y saqué una navecita, un ovni, tenía tres cabezas, vinieron de la universidad unas muchachas, se lo llevaron para estudiarlo… sabe qué fin tendría esa piececita.
El olor de pescado podrido es tan penetrante que pocos se atreverían a excavar en un sitio convertido en basurero. La información importante se perdió aquí, lamenta el investigador Jorge Herrera mientras recoge a flor de tierra pedazos de cerámica pintada, obsidiana y arcilla quemada. Él y Ericka Blanco, Montgomery Smith y Rodrigo Esparza son parte del equipo de Weigand.
“Las piezas que se conocen son muy cotizadas en el extranjero porque son muy estéticas. Las figurillas de tumbas de tiro son de tamaño grande, explican mucho de cómo era la indumentaria, la fisonomía y las cuestiones indígenas de esta región”, explica Esparza.
Los campos alrededor del volcán Tequila parecen sitios minados: los hoyos de saqueo tienen hasta ocho metros de profundidad. Desde que en 2006 la UNESCO declaró patrimonio mundial el “Paisaje agavero y antiguas instalaciones industriales de Tequila”, platica Herrera, muchos vestigios prehispánicos se han destruido para aumentar la producción.
“Una olla no es lo mismo en una cocina que en una tumba; si la pieza se la llevan los saqueadores y luego aparece en colecciones privadas, puedes ver la pieza muy bonita pero no tiene valor informativo”, dice la arqueóloga Ericka Blanco al caminar hacia una de las tumbas de tiro más grandes que se han conocido. La tumba, situada en El Frijolar, ha sido enrejada por protección, incluso tiene registro del INAH, comenta Blanco, pero los habitantes de la zona siguen yendo al lugar en busca de objetos. La reja de poco sirve, no tiene candado...
Pobreza y corrupción
“¿Cómo se le llama a eso?, ¿también es arte sacro?”, pregunta el policía federal Jorge Luis Martínez Flores. En el Aeropuerto Internacional de Guadalajara no hay casos registrados en aduanas sobre tráfico ilícito de piezas arqueológicas, al menos de los que él tenga conocimiento.
“No nos vendría mal un curso de esos para identificar piezas originales, ¿usted sabe dónde hay?”, sigue preguntando Martínez. No tiene un método para detectar si se trafica con piezas arqueológicas, revela, “nomás si parecen falsas revisamos, pero ahí al tanteo”.
Daniel Schávelzon, autor del libro La conservación del patrimonio cultural en América Latina, considera que no hay que olvidar “la complicidad de ciertas autoridades y la corrupción”.
La pobreza y los problemas de la escasa fuerza de las leyes locales también incrementan el crecimiento del tráfico ilícito, según el director de la División de Objetos Culturales y de Patrimonio Inmaterial de la UNESCO, Edouard Planchet.
Las colecciones arqueológicas latinoamericanas de importantes universidades pueden ser el final de la cadena de saqueo. “No quiero nombrar universidades de Estados Unidos que compran piezas, ellas no compran directamente, pero arreglan con el coleccionista de antigüedades y a éste se le disminuyen impuestos por la donación”, dice la antropóloga Elizabeth Stone, de la Universidad Estatal de Nueva York.
Garduño supone que hay un vínculo entre las zonas del país que de pronto empiezan a ser muy saqueadas o de reciente descubrimiento y las piezas que se ponen de moda entre coleccionistas.
Más allá de su valor histórico, opina la profesora, la cotización de las piezas depende del gusto de los coleccionistas y el material con que están hechas. Las piezas más buscadas son las máscaras de jade y obsidiana, figuras antropomorfas y de animales, vasijas y diversas figuras de piedra...
FUENTE: http://www.eluniversal.com.mx/estados/77567.html